Nada se ha cumplido. Ni enero ha sido helado, ni febrero trastornado, ni marzo airoso y, menos aún, abril lluvioso. ¿Será mayo florido y hermoso? Y, puestos a preguntar, ¿dónde vivía el tipo que un día se inventó los refranes sobre el tiempo meteorológico?, ¿en Candanchú o en Níjar?, ¿existe la responsabilidad subsidiaria para los pronósticos erráticos y las ilusiones frustradas? o ¿quién me ha robado el mes de abril? Lo guardaba en el cajón, donde guardo el corazón… y la rebequita y los calcetines tobilleros y el anorak finito y los zapatos destalonados y el resto de la ropa de entretiempo: sí, esa ropa que ha dejado de tener sentido porque, desde hace tiempo, ya no hay nada entre los tiempos y pasamos de la bufanda al vestido de tirantes sin que se nos mueva un pelo.

Me lo veía venir en una visita al norte, viendo que incluso de allí el frío había huido y que los embalses mostraban su dentadura descarnada: allí un viejo puente que antes estaba sumergido, aquí un campanario derruido.

La primavera, es cierto, se atisba en las macetas del patio y en los campos no muy verdes. Y, aunque a los habitantes de la ciudad todo nos parece brillante y maravilloso en cuanto nos separamos veinte metros del último de los edificios de hormigón y vemos una vinagreta entre los cardos, mis amigos de las Cumbres, de esa sierra en la que se supone que el agua abunda y chorrea, me dicen que el campo no parece el mismo, que está apagado y seco y que hasta los animales lo están notando. Debe de ser cierto. Paréceme que andan nuestros grajos, gaviotas y golondrinas desnortados y que un espíritu desconocido nos va robando silenciosamente los meses, las estaciones y nuestro clima. Quizás por eso, de momento, no hemos visto por aquí palomo alguno, como dice el refrán, que, cuando lo veamos en el agua, cojamos las botas y el paraguas.

En abril no ha habido aguas mil y, en cambio, por más que nos hemos resistido, nos hemos tenido que quitar el sayo, que, de tenerlo puesto, más de una lipotimia nos hubiéramos ganado. Sí, nos hemos quitado el sayo muchísimo antes del cuarenta de mayo y los que no se lo han quitado, porque tenían que llevar el terno azul marino a las procesiones o a la caseta pija de la feria de abril, lo han dejado bien sudado. Cuánta pena me dan los de Albacete, si han de tenerlo puesto hasta el cuarenta y siete.

Mucho me temo que solo va a ser cierto lo de esperar y esperar como se espera el agua de mayo… que el propio refrán ya avisa que es incierta y escasa, pero benéfica. No en vano, ya lo dice otro de los mismos: llueva para mí abril y mayo y para ti todo el año. Ya saldrá cada quien por donde quiera. Habrá quien saque vírgenes a la calle, quien cruce los dedos, quien vigile el cielo por lo de las avionetas o quien revise sus cabañuelas. También habrá quien, con sus datos estadísticos en la mano, se duela del planeta. Ojalá llegué el agua de mayo y tengamos pan para todos y para todo el año.

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