José Saramago, la armonía vital con su legado literario (I)

Se llama escritor al individuo que se dedica a escribir, en cristalizar ideas a través de la palabra. Generalmente se utiliza esta definición para aquel que concibe obras escritas, sobre todo si pertenecen al ámbito de la literatura, término que no tomó verdadera carta de naturaleza hasta el siglo XVIII ya que anteriormente, por ejemplo, en el siglo XVII cualquier obra escrita era conocida bajo el nombre de poesía u oratoria. Incluso, a lo largo del Siglo de Oro español se denominaba como poesía diversos tipos de obras bien fuesen escritas en verso, prosa o como una obra dramática. Y es en el siglo XIX cuándo el término literatura tomó el sentido con el cual se conoce en la actualidad.

La labor de un escritor tiene un alcance prácticamente omnipresente: cine, televisión, prensa, internet, redes sociales, … más allá de los libros y otras obras escritas. Gracias a su trabajo, nuestros ratos de relax, ocio o investigación son más especiales, podemos elevarnos a otros mundos, conocer en el que vivimos, el nuestro, con mayor profundidad o incluso inspirarnos para crear nuevos. Los escritores destacan y son reconocidos por sus exquisitas creaciones de libros sobre temas de interés social. La historia de la humanidad queda reflejada en las obras literarias, y podemos escrudiñar a través de sus páginas.

Grandes genios y figuras ocupan el vasto mundo de la literatura que complacen a los diferentes tipos de público. He aquí donde reside su atractivo, su magia y embrujo. Solo nombraré un pequeño ramillete, entre otros: si Fiódor Dostoyevski, uno de los principales escritores de la Rusia zarista, cuya literatura explora la psicología humana en el complejo contexto político, social y espiritual de la sociedad rusa de la segunda mitad del siglo XIX y es considerado uno de los más grandes escritores de Occidente y de la literatura universal, si Albert Camus, novelista, ensayista, dramaturgo, filósofo y periodista francés nacido en Argelia cuyo pensamiento se desarrolla bajo el influjo de los razonamientos filosóficos de Schopenhauer, Nietzsche y el existencialismo alemán y se le atribuye la configuración del pensamiento filosófico conocido como absurdismo, si Borges, un fanático de la metafísica y de la ciencia, también se apoyaba en sus propios intereses y conocimientos para trabajar en sus muy logrados cuentos, ¿qué podemos decir de José Saramago?

He querido iniciar este artículo así para centrarme, a continuación, en un gran escritor que supo conjugar, con excelencia y armonía, su vida y su obra.

Nace el 16 de noviembre de 1922 y fallece el 18 de junio de 2010, precisamente hoy se cumple el décimo segundo aniversario de su fallecimiento. Fundamentalmente, era un hombre muy culto, poseía una cultura general envidiable que podemos atestiguar todos los que hemos leído obras suyas. Cuando se habla de José Saramago, se alude a un célebre escritor que no solamente fue el primer autor luso en hacerse merecedor del Premio Nobel de Literatura en 1998, sino también un escritor con un estilo literario único, capaz de polemizar con un tema interesante, la sociedad de consumo y el sistema económico como concepto que se usa cuando hablamos de sociedades de países industrializados y con un modo de producción capitalista, gran consumo de bienes y servicios por parte de estas sociedades. Como se sabe, la sociedad de consumo comienza a ser un término utilizado en la economía tras la Segunda Guerra Mundial. De ahí que el escritor revelara siempre la pérdida de consciencia del individuo.

El portugués jamás escribió algo sin sus correctos fundamentos, así utilizando un estilo muy peculiar donde no aparecen signos de interrogación ni exclamación con conversaciones y diálogos únicamente por comas y mayúsculas iniciales, José Saramago transmite una historia social en La caverna para hablarnos de la alfarería, como arte de elaborar objetos de barro o arcilla, centrándose en una familia rural nos muestra la evolución de una sociedad en la que los trabajos artesanales tienen cada vez un papel cada vez más baladí y que deberán adaptarse a los nuevos tiempos impuestos por una sociedad post industrial. Saramago escribió una trilogía sobre las pérdidas del hombre. Aparte de la ya citada ut-supra, sobre el empleo, en Ensayo sobre la ceguera, la pérdida se refería a la vista y en Todos los nombres, al propio nombre.

Dos frases suyas para terminar esta primera entrega que refleja la armonía vital en sus trabajos y su compromiso como ciudadano. La primera: "Es hora de aullar, porque si nos dejamos llevar por los poderes que nos gobiernan se puede decir que nos merecemos lo que tenemos". Esta frase me recuerda la pronunciada por otro gran hombre, Mahatma Gandhi, "Si hay un idiota en el poder es porque quienes lo eligieron están bien representados".

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