Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Zamiatin
Hace un par de semanas falleció la madre de una buena amiga. Por desgracia, desde hace años no gozaba de buena salud. Un ictus la llevó a ser gran dependiente y la demencia senil no se hizo esperar. El neurólogo le dijo a la familia que se quedaría vegetativa y gracias al esfuerzo de mi amiga y su pareja, logró volver a comer sola y comunicarse, aunque la realidad nunca volvió a su mente. De hecho, mis amigos pasaron a ser llamados “mamá y papá”. Para que la enferma tuviera una vida digna, vi desaparecer la vida de sus cuidadores durante siete largos años. Pañales, noches en vela, romería de médicos y encierro total hasta el punto de perder la salud. ¿Quién cuida al cuidador? Desde el primer día de su enfermedad, vi también cómo su primogénita y el resto de familiares y amigos hicieron mutis por el foro, eludiendo cualquier responsabilidad y provocándole la primera de sus muertes: la soledad.
Y me encontraba allí, en el tanatorio, acompañando en su duelo a mi amiga en la última y definitiva muerte de su “hija”, cuando entró una banda de orcos, - disculpen la expresión, pero la merecen -, todos muy compungidos, lamentando la muerte de una señora a la que no habían visto en muchísimo tiempo, que ni habían preguntado por ella, aun siendo familiares directos. Y para colmo se empeñaron en ver el cadáver, provocando dolor y más dolor en los que sí estuvieron a su lado.
Fue entonces cuando pensé que un velatorio debería ser con invitación, como en las bodas. Tú has estado en mi vida. Ven a despedirme. A ti te he importado un bledo, ni se te ocurra aparecer, porque “adiós” me lo dijiste hace demasiado.
Hace tiempo que planeé mi funeral y así se lo comuniqué a mi hija. Espero que mis órganos les sean útiles a aquellos que nunca conoceré. A partir de ahí, que sea una fiesta de despedida donde haya música, donde rueden la cervecita, el buen vino y las tapitas.- Tendré que contratar un catering -. No quiero una despedida triste. No aspiro a más en la vida que a ser, en su recuerdo, una sonrisa en los labios de aquellos a quienes amo. Abriremos la fiesta con Queen y que la noche nos confunda. Porque yo también estaré allí, disfrutando con los que disfruto ahora. Ellos saben qué me hace feliz o qué me entristece. Los que están a las duras y las maduras. Que nos duela la cara de reírnos y lo pasemos en grande. Eso sí, mi funeral será con invitación. Pero sin prisas… ¿Eh?
También te puede interesar
Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Zamiatin
Cambio de sentido
Carmen Camacho
Plácido
La mota negra
Mar Toscano
Suerte
La ciudad y los días
Carlos Colón
La noche de las mentiras
Lo último