
Monticello
Víctor J. Vázquez
Un país no acordado
La firma
ME decía el otro día el júnior hijo de un amigo que ¿por qué había escrito de "aviones y mazmorras"? Se ve que a estos jóvenes de hoy, creo que con buen criterio, no les gustan las malas noticias, lo cual no obvia que debamos conocerlas. Es por ello que hoy, para homenajearle y en vísperas ya de las Fiestas -nunca Feria- Colombinas, escriba nuevamente, hoy menos doloridamente, sobre cuestiones onubenses. Porque, mira, JR júnior, a pesar de sus debilidades y defectos, yo siempre estaré con mi Huelva, sentimiento que espero compartas y ejerzas ya desde tu envidia de juventud.
La verdad es que voy a hacerlo desde el recuerdo de lo que vivíamos cuando teníamos afanes propios de la edad juvenil. Decirte que esa palmera alta, envuelta en frondosa vegetación, de la entonces Plaza del Bacalao, era todo un símbolo, como hoy, urbano con la miga y la fontanería en la esquina, el puesto de churros y el cine Park, que junto a la presidencia de ultramarinos Alhambra y el Pechuguita, formaban el enclave de las Tres Calles, frontera virtual de la cabalidad pasionista del barrio de San Sebastián.
Una Huelva, entonces, humilde pero sin fosfoyesos. ¡Ojalá! sea verdad que se toma de una vez el toro por los cuernos, para que sigamos estando con Huelva y sintamos orgullo de pertenencia. Como sería estupendo que el Puerto, ya que está combatiendo a la ría, tuviera el detalle de restituir la sencilla pero simbólica Fuente de las Naciones. Supongo que por falta de recursos no será.
Sigo con mi Huelva en la que pasar el ojo de la aguja en el cabezo del Conquero otorgaba certificación de hombría, no se podía dejar de tener una pitorra, jugar caldereta, la villarda, chicharito las jabas, manejar una pandorga, tener un trompo paito, un butre blanco de piedra no de barro saber pegar una espoliniqui, engolliparse con una gamboa o temerle al típico tiro de sal de los guardas de las instalaciones de Rio Tinto, con su anglófilo reloj frente al Punto… Podríamos continuar durante mucho tiempo así, pero mira una coincidencia curiosa. Tú puedes ir por el Ciquitrake, en sus mesas y barra puedes aprender todo esto y no es publicidad sino constatación de una evidencia, pues justo frente a él, en esa calle donde ponía puestos de juguetes y alfajores en la Navidad, vivía otro admirado amigo, sabio en el onubensismo de esta tierra y conocedor que en la oscuridad rayábamos el ziquitrake en la pared para apreciar la fluorescencia del fósforo. Su vecino, era alguien que dice le gustaría llamarse Huelva. Otro día seguiremos para seguir reafirmándonos en con Huelva, ¡siempre!
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