
Confabulario
Manuel Gregorio González
Sagan, a lo lejos
La ciudad y los días
HERR Oettinger Trapisonda -un comisario que es la monda- recuerda más de lo que sus responsabilidades exigen a un personaje de Aterriza como puedas. Se trata de ese tipo al que la tripulación le recomienda que demuestre serenidad para no hacer cundir el pánico entre los pasajeros… Y lo que hace es ponerse a gritar: "¡El piloto está enfermo! ¡Vamos a estrellarnos! ¡Sálvese quien pueda!". Porque lo de Herr Oettinger Trapisonda es tremendo.
El martes suelta que la situación de la central de Fukushima es apocalíptica; y remata, por si había dudas: "Apocalipsis es una palabra que se ajusta bien a lo que está pasando en estos momentos tras el terremoto, el posterior tsunami y la crisis en la central nuclear". Se suceden las críticas porque todas las informaciones gubernamentales japonesas y periodísticas internacionales, más la opinión de todos los expertos, describen la situación como grave o gravísima, preocupante o muy preocupante, peligrosa o peligrosísima; pero a nadie se le ocurre hablar de Apocalipsis; y menos sin formación científica, porque es economista y abogado, y sin información de primera mano, ya que su portavoz ha admitido que "no dispone de información privilegiada". Y menos hacerlo desde una posición de responsabilidad política ligada a cuestiones energéticas en una comunidad, como la europea, sembrada de centrales nucleares.
El hombre debió reflexionar y proponerse ser más moderado. Por eso al día siguiente, el pasado miércoles, afirmó: "No debemos ceder al pánico, aunque quiero recordar que Tokio es una urbe de 35 millones de habitantes, la mayor zona metropolitana del mundo… En las próximas horas habrá nuevos eventos catastróficos, que podrían presentar una amenaza a las vidas de las personas en la isla". Vale. Olé. A esas alturas Herr Oettinger Trapisonda servía de chufla a unos e indignaba a otros. Además, según informaciones solventes, de haber sido un posible agente indirecto e involuntario del desplome de las bolsas.
Debieron regañarle otra vez. Debió ver lo que las radios y televisiones decían de él y lo que los periódicos publicaban. Debió oír las críticas japonesas y los desmentidos de los expertos. Debió tomarse un cubo de tila y hacerse una tortilla de Tranxilium. Y ayer, más sereno, hizo la declaración definitiva: "Las pruebas de resistencia que queremos llevar a cabo (en 14 países de la UE) demostrarán que no cumplen con todos los estándares más elevados de seguridad". Fantástico. Este señor confirma algunas sospechas de que Bruselas y otros organismos europeos son el desecho de tienta -o el cómodo retiro- de la política.
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