Ansia viva

Óscar Lezameta

olezameta@huelvainformacion.es

Henry Gunther in memoriam

La Primera Guerra Mundial concluyó con un armisticio que entró en vigor el 11 de noviembre de 1918 a las 11 horas. Se conocía desde hacía varios días. Henry Gunther había sido degradado de sargento a soldado raso después de que se quejara en una carta a su familia en Estados Unidos de las malas condiciones en las que vivían. Deseoso de salvaguardar su honor se lanzó a la ofensiva contra un puesto de ametralladoras. Fue abatido a las 10:59 de ese mismo día y le quedó el único consuelo de ver restituidos sus galones a título póstumo.

Después de nueve meses de lidiar con lo que pocos pensábamos que nos iba a tocar pelear, de un mundo de enmascarados, de una distancia social que nos es ajena, de separarnos de nuestros seres queridos, de mantener distancia con amigos y compañeros, de la pesadez del teletrabajo con esa conexión que nunca termina de ir lo deprisa que debería, con un mundo, en fin, en el que todo nos es extraño, tal vez por primera vez comenzamos a ver la salida de esta pesadilla.

Con nombre de laboratorios que jamás antes habíamos reparado en ellos, estamos a pocos meses de comenzar una vacunación que debe sacarnos de este mal sueño. Dejamos atrás este infecto año y comenzaremos el que viene con la sociedad saneada, con un virus que estará con nosotros durante mucho tiempo, pero que ya no hará el daño que hace. Conviene no ser cabestro ahora que estamos tan cerca del final. Una cosa es lo que podemos hacer y otra lo que debemos. De nada sirve que nos recuerden lo peligroso de las multitudes, que adelanten la hora de cierre de los locales, si nos apresuramos a juntarnos más próximos de lo que debemos con el pretexto de que estamos dentro de hora.

Las mejores navidades que podemos regalarnos es la promesa de juntarnos el año que viene, cuando dejemos a un lado las mascarillas, nos veamos las caras y nos demos esos abrazos tanto tiempo aplazados. Es ahora cuando tenemos que sacar a pasear lo poco que nos va quedando de comunidad, de ver más allá del quicio de la puerta y pensar que enfrente vive alguien con las mismas ganas que uno mismo por recuperar su vida.

No hay demasiadas esperanzas de conseguirlo. A lo largo de los últimos días han regresado las polémicas estériles por salvar las navidades, por demostrar a todos que a uno a entrañable no le gana nadie, por poner más invitados a la mesa y por irse a acostar media hora más tarde. Pocos, muy pocos recuerdos a los miles de personas que no podrán celebrarlas porque se han quedado en el camino, o a aquellos que penan con la enfermedad en la sala de un hospital. Son a ellos a quienes les debemos ese esfuerzo. Hemos aprendido mucho, tal vez demasiado y a un precio muy alto como para que ahora nos quedemos colgados viendo la llegada tan cerca. A Henry Gunther le faltó un minuto para conseguirlo. No merece la pena.

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