Para los que no entendemos ni jota de jurisprudencia es difícil formarse una opinión respecto a la Ley integral de libertad sexual, conocida como "Ley del sólo sí es sí". Lo que se nos cuenta es que, ante el goteo de excarcelaciones después de su aplicación, una parte del gobierno pretende remendar el agujero penal abierto por la nueva norma, mientras la otra parte defiende a capa y espada los objetivos y medios recogidos en el texto. Y es fácil perderse en medio de tecnicismos jurídicos incomprensibles para la mayoría.

Luego la atención se desplaza hacia efectos colaterales, con argumentos lanzados como bombas de racimo: ¿Es el Ministerio de Igualdad responsable de ciertos errores, o las leyes que dicta el gobierno son colegiadas? ¿Las rebajas de penas dependen de los jueces, o estos están obligados a elegir la interpretación más favorable al reo? Se buscan culpables, pero no se oye ni una voz que explique por qué la libertad sexual de las mujeres está más protegida exigiendo penas más altas. La epidermis social tiene grabado a fuego el axioma de que la prevención de los delitos se relaciona con la cantidad y la ejemplaridad del castigo. Y eso, además de falso, resulta contradictorio en una Ley que se dice "integral".

En este debate no se ha ido mucho más allá de la trampa penal, y casi no se mencionan otros elementos introducidos en la norma, como la pronta investigación de los hechos, la protección de la víctima o la lucha contra la reincidencia a través de programas de reinserción. El caso de Dani Alves o lo sucedido en la fiesta de los premios Feroz son ilustrativos de para qué sirven los protocolos puestos en marcha. Quizás sea aún pronto para ver cómo la Ley ha contribuido a impulsar cambios sociales profundos: hay abusos machistas que, en poco tiempo, han pasado de la tolerancia al rechazo total. Y para darse cuenta de eso no hace falta saber Derecho.

Es necesario seguir debatiendo sobre el Sólo sí es sí, pero también hace falta poner el foco en lo que verdaderamente importa. Desde el prisma del feminismo, de los cambios de conciencia necesarios para una igualdad efectiva, los avances de la ley no se han explicado bien, ni suficientemente. Es entendible, además, que las revisiones de condena de agresores sexuales produzcan dolor e indignación. Y si se detectan errores, discútanlos, refórmenlos, sin echarle la culpa al de enfrente. Ninguna norma es perfecta y las mujeres queremos una ley mejor. Pero no con penas más duras.

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