Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Zamiatin
Los Goya son unos premios que se entregan en una gala; este año, en el Palacio de Congresos de Sevilla. Aquello estaba lleno de gente del cine, y en concreto de actores y actrices dándolo todo por el glamour de un día, nada muy distinto de ir a una boda ataviado con mayor o menor criterio -antes muerta que sencilla, ay que sencilla-, afrontando como gladiadores el planarraco de doce horas de peonada fiestera... con su coartada de contrato matrimonial, ya sea por lo civil y pagano, ya por lo religioso y como Dios manda, con su cura abundando en que aquello no es lo que parece (abunda el practicante de boda y funeral). Quien suscribe alegará un esguince de corbata en el km. 5 del maratón de marras. Tampoco me priva una gala en pantuflas desde sofá. Bukowski, que era un bebedor y un metepatas, lo dijo claro (no recuerdo cómo lo dijo exactamente, pero lo dijo claro): "No es que me moleste la gente, es que estoy mejor sin ella". No sé si se refería a docenas de personas, o si una ya le iba sobrando. Pero a Charles y a mí no nos gusta la bulla ni en el estadio del equipo de nuestros amores. Menos, un clímax gremial.
En los Goya -como en los Oscar de Hollywood o en la boda de Guti- la apuesta estética, el posado con flashes y el encantamiento de verse y ser vistos son el perejil y hasta los avíos y la olla rápida del guiso guisado en la hoguera de las vanidades. Esto no excluye un momentazo político, si es que hay un Nunca Mais o una guerra con los que condenar sumaria y acríticamente -la paja en cada ojo- a los de enfrente: "¡Los de colorado, Domingo, los nuestros son los de colorado!", vociferaba Bilardo a su deontológico masajista. Yo no veo esos eventos porque me embarazan mucho las caritas de arrobo -son profesionales del ramo-, pero allá quienes gocen con ellos y sus secuelas en couché" e Igartiburu: de la tele, me priva mayormente roncar películas, a qué negarlo.
Los Goya han llegado a tener un gran impacto sobre el campo de batalla de una España goyesca en su versión truculenta, la de los estacazos recíprocos a pie fijo. Desconozco si los Bafta y los Donatello obran este rechazo en sus países. En los Goya, la politización monocorde y ciñendo a babor consiguió todo el desapego de, digamos, un tercio de este país hacia nuestra industria del celuloide (¿está gagá llamarla así?), y excluyamos de ello a Torrente y los compadres. Sucede como con Nadal, pero del revés: lo admira la afición al tenis y lo adopta la derecha... mientras soporta sus títulos, algo rabiosa, la izquierda. (Fin de la película. No da para más.)
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