Futuro

Supongo que millones de personas, en estas últimas semanas, han realizado el experimento de 'FaceApp'

El otro día, mi hijo adolescente me enseñó en el móvil el rostro de un hombre de mediana edad que tenía la mirada fatigada, el rostro abotargado, grandes bolsas bajo los ojos y un rictus de fría amargura en los labios. Le pregunté quién era. "Soy yo", contestó. "Bueno, soy yo cuando sea mayor". Por supuesto, mi hijo había hecho la prueba de someter una foto suya a la nueva aplicación FaceApp que nos dice cómo seremos cuando nos hagamos mayores. Al volver a mirar la foto, me quedé de piedra: aquel rostro que supuestamente era el de mi hijo cuando tuviera unos cincuenta años no se parecía casi nada a mi hijo actual. Quizá lo único que se parecía era el pelo y la forma del rostro, pero nada más (por lo visto, FaceApp no prevé las calvicies ni los cambios de peso). Aunque luego caí en la cuenta de que casi todos nosotros, si nos enseñaran una foto que no hemos visto nunca de cuando teníamos 18 años, tendríamos problemas para reconocer en aquel adolescente que se asomaba al mundo con arrogancia o timidez -o las dos cosas a la vez- al adulto casi siempre decepcionado por la vida en que nos hemos convertido.

Supongo que millones de personas, en estas últimas semanas, han realizado el experimento de mi hijo como si fuera la cosa más normal del mundo, sin darse cuenta de que se trata de una experiencia insólita en la historia de la humanidad, ya que uno podía imaginar cómo iba a ser al cabo de muchos años, claro está, pero nunca podía verlo con sus propios ojos. Es cierto que en esa imagen de nuestra vejez creada por FaceApp no se pueden introducir las consecuencias físicas del trato que nos ha dado la vida: el dolor por la pérdida de un ser querido, el rastro de una enfermedad, un súbito cambio de fortuna, un despido laboral, una ruina, un revés amoroso… Nada de eso -que nadie conoce por anticipado- se puede utilizar para calcular cómo va a ser la imagen avejentada, así que lo único que aparece es el simple transcurso del tiempo: canas, arrugas, bolsas bajo los ojos, tal como los calcula un programa de inteligencia artificial.

De todos modos, mirando alternativamente el rostro real de mi hijo y el rostro avejentado que aparecía en el móvil, noté un raro escalofrío en la espalda. De hecho, estaba viendo a mi hijo a una edad en que es muy posible que yo nunca llegue a verlo (a menos que cumpla los 100 años). Y aquello, como es lógico, no me hizo muy feliz.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios