Enhebrando

Manuel González Mairena

Tildar

El otro día dudaba sobre la acentuación o no de una palabra. Algo que sucede de vez en cuando y no me preocupa en exceso pues la propia duda propicia una solución tan rápida y sencilla como ir a buscarla al diccionario. Que nadie se exalte que lo miro en la aplicación de la RAE, alias Real Academia Española, del Diccionario de la Lengua Española. Siempre bien a mano en la pantalla principal del teléfono móvil. Sin excusas (o escusas, que también me lo ha chivado el DLE). Y es que para quienes ya peinamos unas décadas, hay palabras que nos movieron de sitio. Las agitaron. Y donde dije digo, digo Diego. Y claro, mi cerebro aún retiene fórmulas antiguas que no encajan con la prescripción presente. Especialmente dudo con algunas monosílabas, esas palabras valerosas que se baten con gallardía en el mar del léxico con una sola sílaba por bandera. Ahí dudo. Ahí tiendo a la querencia antigua, entremezclo normativas.

Algunas, a base de uso y lectura, están superadas, como dio o fe. Pero trastabillo ante la tercera persona del singular del Pretérito Perfecto Simple de algunos verbos, como freír, huir o reír, donde al referirme a ella o él con su pasado he de olvidar esa tilde que antaño me acompañaba: frio, hui, rio. Y mi mano tiende, tiende a esa marca ennoblecida del golpe de voz. Lo mismo me ocurre con la escritura de ruin. Y al final de series o películas observo cómo aparece en letras rotuladas ese guion, unas veces anquilosada en su tilde y otras atendiendo a su actual corrección. La norma es sencilla: los monosílabos no se tildan. La única excepción es cuando hay un hermano gemelo del que diferenciarse: te/té, de/dé, el/él. Pero por sencilla que sea, hay costumbres y usos, y cuesta hacerse, y si en mi barrio han cambiado el sentido de las calles y ya me he metido sin darme cuenta a contramano por algún tramo, pues figúrese con esto.

El otro día, mientras dudaba, reflexionaba sobre lo difícil que es cambiar ese punto de vista. Que cuando tildamos una palabra, un objeto o a alguien, después nos es duro dar nuestro brazo a torcer. Dar el beneficio del nuevo ahora. Aquella película con pinta de bodrio que al final… o ese bar del que no te hablaron muy bien y que su ensaladilla no veas, o ese vecino que resulta que no era tan antipático, alguna vez lo pillaría en un mal día, y ya no le rehuimos en el rellano. Así que a tildar en consecuencia. Por cierto, camarero, póngame sólo un café solo.

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