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Trabajar en un colegio a veces es un reto pero tiene sus ventajas. Una es la interrupción de la rutina escolar cada año entre marzo y abril para celebrar la Semana Santa. No era la primera Semana Santa que pasaba en España, pero hasta la semana pasada nunca había visto tanta gente llenando las calles con reverencia y júbilo por la ocasión. Las procesiones eran un espectáculo para la vista. Cuando me reuní con unos amigos para verlas desde un balcón, nos quedamos asombrados ante el barroquismo de los pasos, la dedicación de las hermandades y la magnífica música.
Aunque soy de Irlanda, donde se celebra la Semana Santa (¡con no una, sino dos semanas de vacaciones escolares!), no hacemos procesiones. No tiramos rosas a las imágenes. No nos ponemos capirotes ni llevamos incienso por las calles. Irlanda, como España, es un país mayoritariamente católico. Sean o no una práctica mayoritaria, en Irlanda y en España nuestras tradiciones se basan en el catolicismo. ¿Por qué, entonces, la festividad de Semana Santa aquí se siente tan distinta de las vacaciones de Pascua que pasé en Irlanda?
En Irlanda, nuestras celebraciones de Semana Santa son modestas. Nos centramos en la llegada de la primavera, en pasar tiempo con la familia y, con suerte, en recibir un huevo de chocolate. Para los que van a misa, la Pascua es la ocasión más importante del calendario. Sin embargo, en los últimos años en Irlanda, nuestra relación con la religión ha cambiado. Aunque muchos siguen sintiéndose muy espirituales, la mayoría ya no siguen rígidamente las enseñanzas de la Iglesia Católica.
Hablando con onubenses en las semanas previas a la Semana Santa, recibí opiniones diversas. Mientras muchos participaban con entusiasmo en las procesiones, otros preferían celebrarlo con la familia a su manera, de una forma más moderada. A medida que nuestros países se han ido modernizando, muchas personas han empezado a adoptar valores que a veces se consideran más progresistas. Para algunos puede resultar extraño que la Semana Santa se siga celebrando con tanto fervor.
En las procesiones participan tanto jóvenes como mayores, al igual que los espectadores que flanquean las calles. Mientras que para algunos el poder de contemplar una escena así puede parecer innegablemente divino, otros simplemente disfrutan participando en las fiestas locales.
No importa lo que uno se lleve de la celebración de la Semana Santa de este año, el entusiasmo por las festividades demuestra claramente que, religiosas o no, todavía hay un lugar para la tradición en la sociedad moderna. Por mi parte, terminé la semana con la certeza de que no hay nada como la Semana Santa en Andalucía.
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