Donald y el clima

En sentido estricto, el señor Trump tiene algo de razón. Pero no toda. Y la poca que tiene, ay, no le sirve para nada

Donald Trump parece empeñado en figurar como un villano universal, a la manera algo impostada y ridícula del Jocker. Lo último que se le ha ocurrido ha sido renunciar al Acuerdo de París, firmado en 2015, y donde se había establecido una reducción de emisiones contaminantes, para frenar el calentamiento de la atmósfera. Naturalmente, ya hay empresas de su país que deploran la decisión de mister Donald, de igual modo que han reverdecido aquellas voces, en absoluto minoritarias, que niegan la veracidad del cambio climático y abogan por el viejo eslogan de los hermanos Marx: "¡Más madera, es la guerra!".

El problema, sin embargo, es otro. Y no me refiero a que el señor Trump no sea un problema, incluso para sí mismo (incluso para su señora, cada día más hierática y hermosa), sino que el asunto del cambio climático excede en mucho la buena voluntad de los humanos. Si ustedes se toman la molestia de hojear y ojear La pequeña Edad de Hielo, del antropólogo inglés Brian M. Fagan, sabrán que el cambio climático es sólo un fenómeno añadido a un vasto proceso, iniciado en el siglo XIV, y cuyo origen cabe vincular a la actividad solar y a las variaciones sísmicas del planeta. ¿En qué medida los combustibles fósiles modifican esta onda mayor del clima en la que nos hallamos inmersos? Quizá no sea posible calcularlo. Sí parece obvio, en cualquier caso, que la actividad humana, del XVIII en adelante, ha modificado la temperatura del globo, sumando una variable más a la inestabilidad climática que ya habían padecido nuestros ancestros. De modo que, en sentido estricto, el señor Trump tiene algo de razón. Pero no toda. Y la poca que tiene, ay, no le sirve para nada.

Si Fagan está en lo cierto, el Acuerdo de París sólo nos permitirá disminuir el influjo de unos imponderables que acucian a la Humanidad desde hace más de seis siglos. Asunto distinto es que la política agrave una situación que, al parecer, excede grandemente nuestras capacidades. Con lo cual, a Donald Trump le ha correspondido ser uno de los hombres más poderosos del planeta, justo cuando dicho poder se muestra insuficiente. Y no es el menor de nuestros problemas que las equivocaciones de Trump obtengan el prestigio de lo irreversible. Quiero decir que si Trump se equivoca, nos equivocamos todos. Pero si tuviera razón, serán las petroleras quienes lo celebren. Dicho lo cual, sólo nos queda averiguar dónde estará la futura Marbella, si en Saint-Malo o en El Havre.

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