Dimisiones

El poeta franquista y el poeta estalinista, las estatuas de sal de una España convertida en Sodoma y Gomorra

Hace 150 años, tras haber presentado Sagasta la dimisión de los ministros al Rey, fueron llamados a Palacio el presidente dimitido y Topete, quienes recibieron el encargo de formar un nuevo Gabinete, que en la tarde de ayer quedó constituido de la siguiente manera: Presidencia y Gobernación, Sagasta… Nos lo dijo ayer Diego Joly. Lo leí y releí con la idéntica sensación: el mundo era aparentemente sencillo. Hay una crisis, se acude a Palacio a despachar con Su Majestad y se sale del encuentro con el Rey con el encargo y la natural aceptación, al Rey no se le niega un deseo pues su interés es el interés de España. Con seguridad no debió ser tan sencillo.

No dimite un gobierno por una inconsistencia sino porque se ha llegado a algún atolladero sin solución aparente, salvo que, efectivamente, fuera una suerte de remodelación, un reinicio de la actividad política. Me ocurre este pensamiento con las zarzuelas. Frente a los dramones de las óperas, las historias que se cantan en las zarzuelas son encantadoras, populares, bucólicas, amables y tiernas. La verbena de la Paloma o Doña Francisquita son un ejemplo de lo que digo. Por eso si comparo lo que está pasando ahora -en general- en Génova, 13 con el escenario del texto de Diego Joly, no encuentro Palacio al que acudir con las dimisiones y problemas, todo estalla en el mismo sitio: las pantallas de las televisiones, las páginas de los diarios o el almacén de detritus que es la red. Es como lo de Cádiz el otro día, el poeta franquista y el poeta estalinista, que fueron las estatuas de sal de una España convertida en Sodoma y Gomorra, una vez reconciliados, profundamente reconciliados, no dejan de ser una excusa insincera del tiempo del fin que protagonizamos de nuevo en esta piel de toro arrasada por nuestras propias culpas. Los que quieren volver, o que volvamos, a ser lo que fuimos. De cualquier modo, qué vocerío, parece increíble. Es que además vuelve el espinoso asunto de la no ocultación. Si te callas, malo; si hablas, malo. Cuando el verdaderamente malo es el que convenció a Pablo Casado sobre las intenciones de la señora Ayuso, esto es, que iba a por él, que lo quería echar de Génova, 13. Ese o esos y esas son los que llenaron de ayusers los alrededores de la sede del Partido Popular y han creado la zapatiesta horrible de estos días, las cábalas y la sordina a lo que se está cociendo de verdad, como el pulso de Vox a Mañueco, si no entro voto no. Y lo que llegará a Andalucía. ¿Habrá dimisiones? No queda otro remedio.

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