Después de la Gran Alarma (I)

Hemos tenido suerte. Estamos ante una pandemia causada por un virus parecido al de la gripe

Antes, ahora, después… Antes vivíamos en un mundo desarrollado en el que el progreso se asentaba sobre el trípode, tan sólido, de la producción en cantidades siempre crecientes, el consumo masivo y la publicidad invasora para estimularlo. Antes respirábamos autocomplacencia, instalados en nuestra condición de privilegiados, que defendíamos con fronteras y leyes frente a enemigos externos, casi siempre pacíficos, que aspiraban, cual modernos lázaros, a unas migajas de nuestro banquete. Antes, en nuestra inconsciencia, ignorábamos las señales de alarma que la naturaleza nos enviaba y permanecíamos impasibles ante ellas sin atender a curar sus heridas, postrados ante el becerro de oro que habíamos convertido en nuestro dios.

Ahora, aunque quizá no lo percibamos, hemos tenido suerte. Estamos ante una pandemia causada por un virus con malignidad parecida a la de una gripe, aunque, por ahora, sin vacuna disponible. Pero Covid-19 no es la peste negra en una Edad Media sin antibióticos. Tampoco es otra guerra mundial con armas atómicas, como la que temimos en el tercer cuarto del siglo XX, con la espada de Damocles de la Guerra Fría, que fue madre de numerosas guerras más "calientes", pero de ámbito restringido. Tampoco nos enfrentamos a una invasión alienígena llegada del espacio sideral: nuestro alien, muy al contrario, procede de un espacio casi infinitesimal, al que pertenecen otros microorganismos, unos beneficiosos y otros perjudiciales, con los que tenemos que convivir. Y, como dice mi amigo José Luis, "qué hubiera sido de nosotros de no contar con la tecnología de comunicación de la que disponemos actualmente".

La situación que hoy atravesamos tal vez la merecía la falta de sensatez con que enfrentamos nuestra existencia: Alguien nos ha enviado al "rincón de pensar", como hacen algunos padres para incitar a la reflexión a los niños tras un comportamiento inadecuado. Por ello es lícito deducir que el confinamiento, junto a sus evidentes limitaciones forzosas, puede constituir una oportunidad. Mi amiga Clotilde escribe en un wasap que "Dios quiera que este encierro nos sirva para reflexionar sobre quiénes somos y cómo debemos vivir". El poeta Antonio Enrique me dice por teléfono que los habitantes de la ciudad, después de décadas, pueden percibir el silencio. Quizá ese silencio nos permita escuchar otras cosas… y escucharnos. Tiempo vamos a tener para ello.

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