La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Despedida en la cama de un hospital

El cura pregunta por las advocaciones del paciente: la Salud y la Concepción. Todo lo demás poco importa

En esa vida intramuros del ruido que son las habitaciones de un hospital ocurren la mayoría de las veces las cosas más importantes de la existencia de un ser humano. Nacer, enfermar, curar, volver a enfermar, sanar y morir. Hay un nazareno de la ciudad que se prepara estas horas para entregar su vida a Dios tras cargar las cruces de varias enfermedades. Siempre lo hemos llamado el 25 de diciembre, el mismo día de Navidad. Y en esta reciente ocasión sólo pude oír el hilo de su voz, acaso la última vez. El sacerdote preguntó al hijo por las advocaciones del paciente: la Salud y la Concepción. La manigueta y la cera blanca. El Lunes Santo y la Madrugada. Al final, en la hora postrera, están las advocaciones para generar fuerza y consuelo. No te preguntan por nada más que por aquellas imágenes en las que quedan para siempre nuestras oraciones, en las que otros mirarán algún día y nos seguirán viendo. No nos preguntarán por el trabajo, ni por las deudas, ni por las alegrías, ni por las penas, ni por supuesto por las posesiones. Ni siquiera por los éxitos o fracasos. ¿A quién rezaste en vida, a quién te encomendaste, o a quién te encomendaron los tuyos? Nada más importa al margen de presentarse ante Dios con la túnica bien planchada de un alma limpia, con el esparto bien ceñido de una vida vivida con honestidad. Aquí nadie se queda, porque si nos quedáramos haríamos ricos a los psiquiatras. Bienaventurados los que duermen sin dolor, con la compañía de sus hijos, cuidadores y sanitarios. La ciudad bulle mientras el nazareno está preparado para aceptar la Buena Muerte que siempre esperaba cada Martes Santo en las sillas de la calle Sierpes de Sevilla, cuando el cuerpo se recuperaba de la fatiga de un lunes largo en el Tardón. Benditas las manos que acarician a quien está punto de rendir la vida y le proporcionan el bálsamo del amor. "Mi padre es concepcionista, muy concepcionista". Y el sacerdote pide a la Virgen del rostro de nácar, bordados de hojilla y azahares que siempre perfuman en la alta noche de nuestra existencia. En el exterior se consume. En el interior se reza, se vive hasta el último minuto, se existe. Hasta el último momento todo es estación de penitencia, todo es valle de lágrimas, todo son gozos y sombras, alegres bulerías y coplas quebradas. Hasta el último instante debe la mano asir la manigueta, guardar la compostura, rezar, mirar al frente y encomendar el alma a esas hermosas advocaciones en las que seguir existiendo en la tierra más allá de la vida. En estos días de pascuas sólo queda esperar al fondo del patio hasta recibir la cera blanca de una eternidad bien merecida. Con paciencia y disciplina. Como hicieron tantos durante siglos.

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