Juanma G. Anes
Tú, yo, Caín y Abel
Los afanes
EN el mundo hay más de sesenta millones de refugiados a la fuerza. Una cifra escandalosa que nos resulta alarmante. Los europeos estamos viviendo este hecho en nuestras propias carnes. Hace unos días, en la Feria del Libro de Sevilla, un grupo de manifestantes portaba pancartas solicitando a Europa medidas y soluciones eficaces, políticas, deontológicas, sobre el drama de los refugiados.
Pero se ve que los políticos, aun habiendo aprendido de Francis Bacon (el filósofo británico dijo en una ocasión "Calumniad con audacia: algo siempre quedará"), han perdido hasta la propia conciencia.
La deontología (del griego "lo debido"), siempre ha estado relacionada con los deberes y obligaciones morales. Casi todos los campos manifiestan su llamado código deontológico que vela por el buen hacer, la práctica de las buenas costumbres. Y digo casi todos porque la política no dispone de un código deontológico definido, ni conocido por los ciudadanos.
Un político que mienta, que actúe ajeno a los intereses de sus votantes, de los ciudadanos de una nación, de su propio país, está muy alejado de toda deontología. Y si encima ese político habla mal de los candidatos de otros partidos, los insulta, utiliza agravios comparativos, pues eso, que de deontología nada de nada.
Y esto ocurre en España. Un país donde a los candidatos al Congreso, al Senado, a una comunidad autónoma o a un ayuntamiento, no se les realiza un examen para conocer su verdadera práctica deontológica en una profesión que debe ser ejemplo y guía, bandera de todos sus actos.
El escritor Pío Baroja escribió: "Es que la verdad no se puede exagerar. En la verdad no puede haber matices. En la semi-verdad o en la mentira, muchos". Tenía razón el autor de El árbol de la ciencia. Nuestros políticos están repletos mentiras, de engaños, de falsedades, y todo eso además sin educación, sin deontología. Incluso son capaces de vender un partido, unos votos, por siete u ocho escaños, como le ocurre ahora a Izquierda Unida.
Por encima de la deontología está la educación, sin ella difícilmente puede haber honestidad, compromiso moral. Por eso, en este país, la educación importa tan poco. Bacon escribió aquello de "calumniad con audacia", pero sin educación la audacia se convierte en engaño, y la verdad deja de ser mito para pasar a ser política, simplemente política. ¡Qué palabra más fea en estos tiempos: política!
También te puede interesar
Juanma G. Anes
Tú, yo, Caín y Abel
El pinsapar
Enrique Montiel
Puntos luminosos
Cambio de sentido
Carmen Camacho
Se buscan vencedores
Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Náufragos