Todo es cultura y todo es incultura. Existe una línea muy débil que lo separa, una línea casi transparente que, o nos hace nosotros o deja de hacernos definitivamente. Esa línea es la voluntad de aprendizaje. No ya el aprendizaje en sí, sino la voluntad que lo completa y lo enriquece. Y que nos hace humildes y nos ilumina en el difícil camino de la vida.

Asumimos que la cultura siempre ha estado en crisis, y lo aceptamos. Pero del mismo modo toda cultura ha generado contracultura que sienta las bases del enriquecimiento de la propia cultura. Y así han avanzado las generaciones, y así se ha forjado nuestra historia. Hay algunos pensadores que visualizan esperanza en un panorama desolador, incluso se atreven a indicar que la rebeldía es la manifestación de esa esperanza, pero comprobamos que las nuevas generaciones no necesitan ahora a la cultura para su propio desarrollo. Y es que estas nuevas generaciones han forjado su propia necesidad ajena a la voluntad de aprendizaje, actúan sin cultura y sin educación, como máquinas no humanas.

La ausencia de cultura conduce al autoritarismo, que a su vez se alimenta del populismo y lo desarrolla. Lo necesita para reforzarse y para realizarse. Y lo hace mediante falsos dogmas que confunden, generan desconfianza, violencia, arrogancia, ausencia completa de humildad, ausencia de respeto. Innegable solo es nuestra propia muerte. A todo lo demás hay que establecerle la necesidad de aprendizaje, con voluntad, porque nunca aprendemos a aprender.

Esa rebeldía es necesaria, una rebeldía fundamentada en el sentido común, en la luz del horizonte que guía nuestras actuaciones. Una rebeldía que establezca los parámetros de la razón. Una rebeldía que actúe con libertad y sentido de la proporción y de la responsabilidad. Una rebeldía que nace de la ausencia de cultura, por necesidad, y que sea la voluntad de aprendizaje la que guíe sus pasos. Una rebeldía que cimiente sus bases en las humanidades.

Y para todo esto hace falta que la educación cumpla sus normas, que sea tomada en serio, que represente a esa voluntad y actúe en cada momento como se le requiera. Pero vemos que nuestra educación sigue sin importar a nuestros gobernantes, confunden a las nuevas generaciones y les genera desconfianza. La educación actual no fomenta esa necesaria rebeldía, y mucho menos la voluntad de aprendizaje. La educación actual nos aparta de la cultura, que es en definitiva, apartarnos de nosotros mismos y de la sociedad.

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