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Mayo pone este año su corona de tradicion en un sentir que se hace eco popular. Cruz y tamboril marcan no solo los sones de una fiesta devocional y esperada sino todo ese acerbo tradicional de siglos que marcan las pautas de la primavera en su esplendor.

Nuestra ciudad y provincia continuando una andadura ancestral salieron al campo, a la luz, y a la alegría bajo un signo permanente de fe: la Santa Cruz. Las fiesta de las cruces nacen con el cristianismo pero sus raíces legendarias vienen de mucho más atrás. El hombre sumido en la oscuridad del invierno salta en busca de una nueva corriente de vida que dé impulsos a su fuerza vital. Es el canto de un nuevo renacer, a la fertilidad, a la libertad, al resplandor del sol, en una palabra a la vida en la felicidad del momento.

Las fiestas Maya ya la exaltaban fenicios, griegos y romanos y siempre tenían un origen de dedicación a sus dioses en el despertar de la primavera.

El Cristianismo convierte todas estas tradiciones el festividades con arraigo religioso al nacer la estación florida del año y llegar a un punto de entroncarla con devoción a la Virgen en estas celebraciones.

En mayo tiene raíz la exaltación a la Cruz, de ahí las traiciónales fiestas de las Cruces de Mayo en la mayoría de los pueblos, con altares que se levantaban para la adoración y rezos durante las fiesta que todavía vemos en muchos lugares de la provincia onubense. Siempre recuerdo como en mi niñez se rezaba el llamado Rosario de la Santa Cruz, donde una jaculatoria se repetía, continuadamente, ante el madero adornado de flores y adornos variados,

Luego aparecen, en los siglos y sobre todo después de la dominación árabe las clásicas romerías, que se anidan en el corazón del pueblo en el amor a la Virgen Maria, bajo sus distintas advocaciones.

Este fin de semana vivimos la Romería del Rocio, la más universal de todas, que reúne hasta más de un millón de devotos junto a la imagen que pregona la llegada de la fiesta de Pentecostés.

La Romería del Rocio es un fenómeno sociológico que solo tiene su cuna y razón en esa poderosísima devoción andaluza de la Madre de Dos, rociadora de todas las gracias.

Fiesta multitudinaria a la que acuden peregrinos de todas las partes el mundo, a la llamada del son de un tamboril y de la flauta que nos congrega ante la bella Basílica rociera en plena marisma onubense corazón del pueblo de Almonte.

Cruz y Tamboril que se alzan al eco de un mes primaveral ya en sus últimos días, llenándolo todo de bullicio, bailes, tradiciones y oraciones en Salves que saludan a la Reina de las Marismas en sus días mas esperados y queridos del año.

Y terminada las fiestas a esperar la gloria del Corpus que remata un sentido de vida y de fe, para recibir ya la llegada de ese verano que sube el telón de la mejor estación del sur andaluz.

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