Corromper a un rey

El verdadero régimen del 78 nace del entendimiento entre un rey venido del franquismo y un presidente socialista

Se puede corromper a un rey? Es tema viejo en la literatura política y en la cronística cortesana de todas las épocas, desde el canciller López de Ayala o el vitriólico Alonso de Palencia, y un tópico para poder explicar el desastre final de un reinado. ¿Cómo se corrompe a un rey?

Juan Carlos I desarrolló sus indudables aptitudes como monarca constitucional mientras se sintió escrutado en su poco cómoda posición como sucesor del hombre innombrable a quien debía el trono. A la tensa relación con Adolfo Suárez, por razones que casi hacen sonreír a la vista de las puñaladas actuales a don Felipe y a la institución, le siguió un largo tiempo de vino y rosas con los verdaderos dueños del poder, el PSOE y la nueva oligarquía mediática, financiera y empresarial que se fue generando en aquellos años de felipismo. La fórmula rozaba la perfección: el socialismo hegemónico se abstenía de cualquier cuestionamiento de la Monarquía y de su titular; éste ofrecía la imagen internacional requerida y, tras el 23-F, garantizaba el control de los sectores que podrían haberse movilizado ante el declarado y cumplido propósito de ir hacia una España "que no la conociera ni la madre que la parió". Los regímenes no se construyen con lealtades inquebrantables ni amores a primera vista, sino con alianzas entre los inicialmente hostiles, soldadas con intereses que pronto devienen afectos. El verdadero régimen del 78 no nace con la Constitución, sino merced a ese entendimiento que nadie después pudo o supo igualar, entre un rey venido del franquismo y un presidente socialista.

Aquella historia terminó en la orgía de corrupción económica y demolición de valores y costumbres que caracterizó a la sociedad política de los 90, la que, desde entonces, ha ido minando la vida española en todas sus facetas. ¿Iba ser el Rey el único que no se forrara, que no saltara de cama en cama? Los interesados en que fuera uno más de la partida eran los mismos que le procuraban la total omertá de los medios, un blindaje con el que no hubiera podido soñar ningún rey absoluto. Cuando esa complicidad dejó de interesar, el resquebrajamiento fue inevitable, y con él la ignominia. Ahora, el ensayo de Monarquía ejemplar de Felipe VI se hace muy difícil: un Rey modélico no puede tejer alianzas con dirigentes entregados a la mentira, el sectarismo y la vulneración del estado de Derecho en un país de elites apátridas y moralmente arrasado.

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