Según supimos recientemente, el zoo de Córdoba acogerá en breve a una pareja de rinocerontes indios, cuya escasez recomienda este tipo de cautiverio; escasez que se debe, como es sabido, a las propiedades eróticas que se atribuyen a su cuerno. Un ejemplar de estos rinocerontes llegó al puerto de Lisboa el 20 de mayo de 1515, como regalo del sultán de Guyarat al entonces rey de Portugal, Manuel I. El animal se llamaba Ganda, y venía acompañado de su cuidador, un indio hermético y paciente, desde el otro extremo del globo. El caso es que el rey, curioso de estos animales, lo puso a combatir, siguiendo las enseñanzas de Plinio, con un elefante, en la explanada palaciega (hoy plaza do Comerçio), con resultados poco prometedores: el elefante salió corriendo, con el terror lógico en un público numeroso y perplejo, y Ganda languideció en el zoológico regio.

Poco después, Manuel I lo ofrecía como regalo al papa León X, y en ese viaje morirá Ganda, en diciembre de 1515, en un naufragio ocurrido frente a la costa genovesa. Antes, sin embargo, se ha dado un hecho notable, que salva de algún modo al infortunado Ganda: el pintor alemán Alberto Durero ha hecho un excepcional grabado conservando la imagen del animal. Con una peculiaridad: Durero nunca vio al rinoceronte, y lo dibujará de oídas, siguiendo las indicaciones y esbozos de un comerciante afincado en Lisboa, Valentin Ferdinand. Es así como, comenzado el XVI, se difunde por Europa la imagen, entre mítica y aterradora, del rinoceronte, enemigo natural, según Plinio el Viejo, de los elefantes (curiosamente, la pareja cordobesa se albergará en el espacio antes ocupado por una elefanta, Flavia). Cinco años más tarde, Durero alcanzará a ver otro prodigio ultramarino, pero venido de la Nueva España de Cortés. Cuando Durero llegue a Bruselas, a finales de verano de 1520, para pedirle al césar Carlos una pensión, podrá ver los tesoros de Moctezuma expuestos en el palacio del ayuntamiento. Y entre ellos, dos ruedas labradas, de muy gran tamaño, en oro y plata, figurando el sol y la luna de los aztecas.

¿Son aquellas mismas ruedas que Moctezuma ofreció a Cortés para que detuviese su marcha sobre Tenochtitlán? Recordemos que Moctezuma mandó tales presentes, de soberbia riqueza, con un cacique llamado Quintalbor, cuyo enorme parecido a Cortés sobrecogió a los españoles. Nunca más se supo de este doble ultramarino de Cortés, quien acaso formaba parte de algún conjuro de sangre. Su maleficio, sin embargo, no alcanzó a la pálida y gentil Bruselas.

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