La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Corazón de cera fría

Las procesiones han ido por dentro dejándonos el corazón tan cubierto de cera fría como debían estar las calles

Quien esto escribe nada apetece más que la dulce rutina de la normalidad cotidiana. Los días en que se hacen las mismas cosas, pero nunca son idénticos unos a otros. Los mismos paisajes nunca del todo iguales. La capacidad de penetrar interminablemente en lo que parece conocido, pero nunca llega a conocerse del todo. Podríamos decir, sustituyendo los ríos de Heráclito por el bar nuestro de cada día, que nadie toma dos veces café en el mismo sitio, aunque todos los días a la misma hora lo haga allí, pues somos y no somos los mismos. Todo instante, si de verdad se vive, es nuevo, ofrece su propio placer, encierra sorpresas, proporciona asombros. Porque nunca volverá a vivirse como se vivió.

Dicho lo cual parece absurdo afirmar que, para quienes vivimos la Semana Santa de una determinada forma -porque se puede decir de ella lo que la Celestina de la feria: cada uno habla según le va en ella-, la ansiada normalidad cotidiana nos resulta insípida. Así, a la vez que agradecemos su retorno, sin que importe la ausencia de cofradías y la demasía de raras invenciones, ha sido tanta la intensidad de las emociones (multiplicadas porque las procesiones iban por dentro, dejándonos el corazón tan cubierto de cera fría como debían estar las calles) que la vida parece hoy una foto que ha perdido su color sin ganar la recia belleza del blanco y negro.

¿Qué se puede comparar a estas emociones que derrotan ausencias? Recuerdo el paseo que di con mi hijo el Viernes Santo temprano: Francos, Salvador, Laraña, Encarnación, Alcázares, Santa Ángela, Feria, Relator, Parras, Escoberos… Tan vacías, tan colmadas; tan llenas de su ausencia, tan rebosantes de su presencia, que todo, frente a ese paseo, parece hoy descolorido. ¡Y no estaba! Pero eran sus calles porque su presencia en ese barrio desde hace cuatro siglos y su recorrerlas cada Viernes Santo las ha hecho suyas. Chaves Nogales, hace justo un siglo, fue el primero en escribir sobre esta unión entre la imagen sagrada y la ciudad al definir las del barrio de San Lorenzo como "calles sobre las que Jesús del Gran Poder hace pesar su poderío". Un año antes, Juan Sierra lo había intuido al decirle a la Macarena "allí en tu barrio guardada / siempre su barrio te guarde". Así de intensas son estas cosas. ¿Saben por qué? Porque tienen que ver con Dios y con la ciudad como una unidad que nada ni nadie puede separar.

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