Alas de mariposa

Conocerse por accidente

La mañana del accidente conocí a Ramón y aquella noche me estaba conociendo a mí mejor de lo que esperaba

El pasado 8 de agosto tuve mi primer siniestro en carretera. Con un golpe, brusco y seco, una furgoneta paró mi viaje en un instante. Saqué mi flema británica y verbalicé en voz alta "He tenido un accidente". Me tome un tiempo, salí del coche y lloré. No sabía realmente por qué lloraba. Ambos conductores estábamos vivos y aparentemente bien. Fue así como conocí a Ramón, un señor amable que intentó en todo momento calmarme. Charlamos de todo un poco hasta que vio alejarse aquella chatarra que, asombrosamente, seguía moviéndose. Me arriesgué continuando de ese modo. Deseaba volver a mi nido, en el que me esperaba mi amiga con un gazpacho y un abrazo. Iba recibiendo llamadas por la demora en el tiempo, -usando el manos libres, claro está -, y a nadie conté nada hasta llegar a ese micro trocito del planeta al que llamo hogar. Por supuesto que salimos a cenar y brindar a nuestra salud. ¡Estaba eufórica! Sentir la emoción de vivir.

Ya en la cama, me acompañó el insomnio y, por burlar la noche, jugué a repasar mi historia, a escudriñar los que podían haber sido mis momentos finales. Vestido mini con deportivas blancas. El último abrazo fue para mi madre, el penúltimo, para mi hija. Largo de café con polvito de canela. Testamento hecho. Doné todos mis órganos el mismo día que alcancé la mayoría de edad.

Cogí el móvil y revisé los últimos mensajes de la gente a la que quiero. Me confortó leer conversaciones cariñosas, llenas de risas y de besos, de agradecimientos, de abrazos virtuales, que se convertían en los abrazos largos y sin prisas, que tanto me gustan, cada vez que nos veíamos. Audios con voces cálidas. Examiné mi agenda y solo dos personas sobraban. ¡Fuera! A veces, la vida te tiene que agitar por los hombros para que abras los ojos… y los abrí. Y pensé: todo está bien. Realmente, si me hubiera tocado marcharme, sentí que todo estaba bien. No me da miedo la muerte. Lo que me provoca angustia es la falta de independencia.

Aquel mañana conocí a Ramón y aquella noche me estaba conociendo a mí, mejor de lo que esperaba. -He de advertir que no es la mejor forma de hacerlo-. Sentí una paz y una serenidad que todavía me escaman. ¡Y sigo así!

Por cierto, la realidad me aplastó al día siguiente, cuando descubrí que no podía mover el cuello. Papeleo de seguros, de médicos, mil llamadas… En fin, el mal menor cuando una misma llega a conocerse por accidente.

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