Entre dos orillas

Juan A. Romero

jaromero@paginasdelsur.com

Cofrades ¡a la calle! pero las 'llamás mu cortitas'

Llegó la hora. Todo indica que las trabajaderas volverán a crujir por el trabajo y esfuerzo de los costaleros. Las imágenes que han permanecido todo este tiempo en la intimidad de sus altares de culto y capillas volverán a posarse sobre el suelo de Huelva para recoger las oraciones y jaculatorias de miles de fieles y devotos que necesitan ahora más que nunca del consuelo de sus devociones. Dios y Su Madre volverán a reencontrarse con sus hijos para regocijo del gentío en la alegría de saber que la fe es lo único que nos ha mantenido todo este calendario ominoso de pandemia agarrados al palo de mesana del barco de la vida.

A buen seguro que los lacrimales de todos estarán más sensibles que nunca con la primera llamada de un capataz, la primera chicotá o la primera marcha que se escuche detrás de un misterio o un paso de palio. Qué ganas tiene el personal de percatarse del rufar de un tambor y no precisamente con el soniquete de Calanda, verdad chiquillo...

Pero conviene llamar a la mesura. No cabe perder ahora la medida y el sentido de la palabra procesionar. No se deben sacar pasos a la calle sin un porqué, convirtiéndola en un sambódromo, llevados por la euforia de la permisividad clerical. Los cofrades se han comportado de modo ejemplar durante toda la pandemia y así deben seguir. Cuiden que nadie pueda atacarles desde fuera, aprovechando las primeras congregaciones o las posibles bullas que puedan originarse para acompañar a sus Titulares en la calle. Si en el mundo del capillismo hay tontos de capirote como un día escribiera el compañero Paco Robles, fuera de él hay también tontos pero de carajote, que seguro estarán deseando criticar que las calles vuelvan a llenarse de cofrades.

Tiempo hay para que los responsables del Consejo de Hermandades y la autoridad eclesiástica se pongan de acuerdo y pergeñen una importante celebración o culto externo con el boato y la relevancia que merece haber dejado atrás este tiempo de negra sombra. Un único pero gran acto que permita a todo el pueblo de Dios onubense agradecer el reencuentro con sus sagradas imágenes. Ello representaría el mejor homenaje posible a nuestros seres queridos, aquellos que nos dejaron para siempre, no sin legarnos sus creencias para ayudarnos a caminar por esta vida finita. Quienes nos mostraron que la fe es lo único que convierte el otoño en primavera y que al final siempre queda la esperanza. Así pues, ¡cofrades, a la calle! ¿Estáis puestos? Los martillos volverán a sonar, mientras recuperamos la ilusión de bajar en 2022 las túnicas de los altillos. Pero, por favor, las llamásmucortitas, no perdamos la mesura... ¡Venga de frente!

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