Las dos orillas
José Joaquín León
Sumar tiene una gran culpa
EN este mes de agosto llega renovado el aroma de jazmines de El Conquero, que va barruntando el día de su fiesta. De esa atalaya de fe y amor onubense corre un aire de fiesta y gozo, la que es faro y guía se acerca a Huelva.
En esta mañana, la ciudad amanece arropando al Niño de la Virgen acunado en su paso de plata al son de campanilleros. Lo cintero se renueva en sus sentimientos más íntimos y los eucaliptos centenarios crean un sotobosque de frescor por el que se filtra la luz nueva del día. La Virgen de la Cinta se refleja sobre los esteros de plata que se dibujan en el verdor de la marisma. Las laderas de El Conquero es historia viva de la ciudad esperando ese guiño que la mime y la rescate del olvido.
Hoy es día sincero de Huelva, la multitud es un río alrededor de su paso y a pesar de todo se encuentra el momento de la intimidad.
La ciudad siente desde hace semanas que la Virgen baja, en este tiempo de calor, de silla de nea y tertulias de vecinas a las puertas de las casas, encaladas en el recuerdo. Las madres de la Virgen preparan sus abanicos y se disponen a estar con Ella para cantarle y rezarle a la que es Luna llena de celestiales reflejos.
Huelva vive ese tiempo contando los días y hoy todo se abrirá como siempre cuando su presencia se intuya por san Andrés. En el barrio embrión de la ciudad, San Pedro echará sus campanas al vuelo y este año abrirá de nuevo sus puertas. Ella entrará en su otra casa y la campana que lleva su nombre, la que mira a El Conquero en los toques diarios, se sentirá más gozosa que nunca. Presente siempre en altar hermosísimo dedicado a la Virgen de la Cinta. Altar mayor, sagrario y altar de la Patrona. No es casual la ubicación, sino de reconocimiento a Ella.
Este es un año de gracia porque se vuelve a recordar a don Manuel, el arcipreste de Huelva, que fuera obispo de Málaga y Palencia, el que forjó sus ideas pastorales en las calles de la difícil Huelva de principios del siglo XX. El que desafió a la todopoderosa compañía minera de los ingleses dando de comer a los niños de los huelguistas, junto al otro bendito de don Manuel González, gran cintero, que fuera hermano mayor de la hermandad de la Patrona.
El beato Manuel González García, que fuera director espiritual de la hermandad de la Cinta, está más presente que nunca en esta bajada. Las fechas son tiempos para el recuerdo, y estos 75 años de su muerte es ocasión para rememorar su labor pastoral y así lo hace la Hermandad de la Cinta, para que de la mano de la Virgen Chiquita todas las miradas se enfoquen hacia él. Así llega en esta mañana de domingo de agosto hasta su sagrario, para rezar aquí el cuarto misterio del rosario.
Parece como si fuese ayer cuando volvía a la parroquia mayor. Era en 1991, en esa peregrinación que culminaba aquí como antesala de la coronación canónica. Pasaron 24 años y entonces, a la llegada, se recordaba que hacía 37 años de la última visita. Es un tiempo que se cuenta, porque nadie está mejor en su casa que con la presencia de la Madre.
Venía a la memoria entonces, lo mismo que ahora, que esta fue tu casa en ese cordón umbilical que une la mayor con la ermita de El Conquero desde los tiempos primeros. Una ocasión para hablar que aquí se celebraba la novena anual, a veces antes o después de la Fiesta de la Natividad. Aquellos extraordinarios altares de cultos, momentos cinteros que perduran siempre, lo mismo que esta visita de hoy.
Barrio y parroquia tienen hoy un latir distinto, un gozo para guardar, pensando en que algún día las nuevas generaciones puedan conocer aunque sea de manera excepcional la novena en la mayor de san Pedro. Que en su fachada que mira al mar vuelva a lucir el azulejo que una restauración con criterios externos y caprichosos quitó lo que no querían ni párrocos ni feligreses. El azulejo que recuerda la presencia en este templo de la Patrona de los marineros, la Virgen de la Cinta.
Ante el sagrario de San Pedro se evocarán los frutos de las obras piadosas que aquí nacieron al amparo del bueno de don Manuel y hoy están extendidas por todo el mundo. En cada onubense estará presente su plegaria que se lee en el claustro del santuario: ¡Madre de la Cinta, que no nos cansemos!
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