Arias breves

Rafael Ordóñez

Chulos

23 de agosto 2016 - 01:00

EL chulo, aquel sujeto que vive de la amenaza y la extorsión a una mujer, siempre ha sido mal visto entre los hombres. Mucho antes de que nos anegara el tsunami feminista ya existía animadversión y rechazo por esta excrecencia de la naturaleza humana entre mis hermanos de sexo, que no de género. Jamás he oído una palabra de simpatía, un chiste o una frase de la más mínima comprensión hacia estos sujetos. Pero, como en todo, antaño también entre los chulos había clases. Estaba el que utilizaba el enamoramiento de una prostituta hacia él para vivir de las rentas que proporcionaba esta relación. Los había, unos escalones más bajos, que sencillamente amenazaban con palizas a sus víctimas que bien sabían que el chulo de marras las daba por doquier. Hasta donde he conocido el denominador común del chulo era quedarse con una parte mayor o menor de las ganancias de las enchuladas, pero siempre estas se quedaban con algo. Habría, imagino, multitud de contratos entre chulo y mujer, por llamarlos de alguna manera. Pero he aquí que llega la moderna modernidad y, como en ella es habitual, lo empeora todo. Uno se pregunta si aquella inmensa miseria era susceptible de agravarse. Pues sí. Los chulos de nuestro siglo ya no se andan con posibles enamoramientos o tratos para repartir ganancias. Los chulos versión siglo veintiuno, sección rumana, cogen a la mujer y la obligan a prostituirse, bajo amenazas inmisericordes y se quedan con el cien por cien de las ganancias. Es de suponer que al menos pan y agua les darán. Las esclavas a lo largo de la historia vivían mejor que estas mujeres hoy, en este siglo miserable que llevamos a cuestas.

Pero han dado un paso más. Los chulos de este siglo, tan luminoso y avanzado, ya no prostituyen mujeres con ganancias del ciento por ciento para ellos. La sección rumana de la chulería internacional, con sede en Huelva, prostituye a niñas, a menores de edad. Y lo hacen en mi pueblo, en Mazagón. Naturalmente era yo ignorante de semejante situación hasta que leí la noticia en la que se contaba cómo una chica de diecisiete años había venido con un supuesto contrato de jornalera agrícola prometido por un compatriota rumano. A los quince días de inhumana extorsión un presunto cliente hizo de buen samaritano y rescató a la chica poniéndola en manos de la policía. El chulo, que lo era a tiempo completo, también tenía extorsionada a una mujer con la que había tenido un hijo y a la que amenazaba con no ver al crío. El interfecto está detenido. A ver en qué queda todo.

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