Caudillismos

Tras el paréntesis de la Constitución del 78, está claro que los caudillismos han vuelto para quedarse

La extraña historia de España -o de Expaña, como la llaman algunos- nos ha hecho creer que el caudillismo es un asunto puramente de derechas: de generalotes medio idiotas, borrachos, machistas, incultos y malhablados, un poco como el don Friolera de Valle-Inclán. Pero hay otra tradición -sobre todo en América Latina- de caudillismo de izquierdas, es decir, de unos caudillos que no decían actuar en nombre de Dios sino en nombre de los Pobres (con mayúscula) y del Pueblo (con mayúscula) y del Antiimperialismo yanqui (con mayúscula). "¡Perón, Perón, qué grande sos!/¡Mi general, cuánto valés!/ Perón, Perón, gran conductor,/sos el primer trabajador", decía un himno peronista que los Montoneros tradujeron, a golpe de metralleta, en "Patria o muerte, venceremos", con el consiguiente culto idolátrico hacia otros dos caudillos, Fidel Castro y el Che. Y no olvidemos los abyectos caudillismos comunistas, que nuestros intelectuales aquí casi siempre han justificado o incluso admirado, no sé por qué (bueno, sí lo sé: porque ellos se veían dirigiendo la Gran Editorial del Pueblo y decidiendo quién podía existir como artista y quién no; era todo así de sencillo).

En medio de esos dos caudillismos, el de derechas y el de izquierdas, el que decía actuar en nombre de Dios y el que decía actuar en nombre del Pueblo, estaba la débil, la aislada, la siempre frágil democracia liberal: un régimen parlamentario sin caudillos, sin batucadas, sin desfiles del 1º de Mayo, sin coros y danzas, sin Dios, sin Pueblo, sin discursos de ocho horas en la plaza de la Revolución y sin homenajes obligatorios a la bandera. En vez de eso, la democracia parlamentaria ofrecía la grisura de los ciudadanos iguales ante la ley, del Estado de Derecho, del trabajo callado de las instituciones, de las leyes aprobadas y discutidas en el Parlamento, de las normativas, de los contrapesos. Todo muy aburrido, sí, todo muy gris.

Tras el paréntesis de la Constitución del 78, ahora puesta en entredicho, está claro que los caudillismos han vuelto para quedarse de la mano de la polarización. El culto indiscutible al Gran Líder, el desprecio a las instituciones, la obsesión por los complots, el deseo de exterminar al enemigo -legalmente, al menos-, toda esa pulsión autoritaria está regresando con fuerza. Vienen tiempos interesantes, amigos.

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