Sara no había estado nunca en España. Aún tenía que digerir todo lo que había vivido en esos días: demasiadas impresiones en muy poco tiempo. En cualquier caso estaba muy orgullosa. Viajaba de vuelta a Paraguay, y junto a ella sus dos compañeras, Cyitia y Librada, artesanas como ella, joyeras. Aunque las joyas que ellas elaboraban eran muy especiales. Quedaban muchas horas de vuelo aún, mucho tiempo para pensar. Porque además se despedían de Europa sabiendo que muy probablemente no volvieran: es complicado viajar para mujeres como ellas.

En cualquier caso estaban muy orgullosas: sus joyas habían cruzado el charco, estaban haciéndose internacionales, y eso, para un proyecto pequeñito como el suyo, para un barrio del extrarradio de Asunción, era mucho decir. Y lo habían dicho muy alto. Esas tres mujeres que viajaban en un avión cruzando el Atlántico hacían joyas artesanas con residuos procedentes de la basura, pura economía circular, pero sobre todo economía de supervivencia.

Cateura es un nombre que nombra muchas cosas: es una laguna, tuvo que ser un sitio hermoso hace tiempo, justo por donde Asunción cae hacía el río Paraguay. Cateura es también un vertedero: enorme, descontrolado, el lugar al que van todos los residuos de la capital, y un lugar también donde trabajan cientos de personas, en condiciones durísimas, rebuscando entre las basuras para conseguir el sustento del día. De ese vertedero salen las materias primas con las que ellas, artesanas orgullosas, hacen las joyas.

Porque Cateura es también un proyecto de elaboración de joyas elaboradas con residuos, y no baratijas bienintencionas, no. Joyas: brazaletes, collares, anillos y pendientes que han colgado de cuellos ilustres, que lucen las paraguayas en sus fiestas, que se venden ahora incluso más allá de sus fronteras. Y esas joyas dicen no sólo que en la basura puede haber mucha belleza, sino que en los barrios periféricos y marginados de las grandes ciudades puede haber, hay, mucha dignidad.

Sara mira a sus compañeras, que ya se han dormido, y mira por la ventana, donde apenas se ven algunas nubes por debajo. Se lleva de España muchas impresiones, algunas más agrias que otras. Pero se lleva además una sensación de fortaleza, de empoderamiento, de saber que en su barrio, escondido en la ladera de Asunción y golpeado por mil dificultades, hay un proyecto con un nombre hermoso, como su laguna: Cateura.

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