Juanma G. Anes
Tú, yo, Caín y Abel
Los afanes
S UENAN las campanas de la iglesia. Son las diez de la noche. Un ciclista circula por el carril bici. Varios coches detienen su marcha ante el cambio de color del semáforo. Corre un hombre con su mochila en la espalda camino de su casa. Varias motos de reparto hacen su trabajo. Las campanas de la iglesia terminan de anunciar las diez de la noche. No he conseguido distinguir el sonido. Pensaba en el repicar armónico, pero doblaban en intervalos. Era toque de muertos, de difuntos.
A la nueva Ley Celaá se le está haciendo mucho caso, se le está dando mucha importancia, tanto como a las leyes anteriores. Y resultará que cuando se vaya este Gobierno y entre otro, cambiarán la ley. Y pondrán la suya para beneplácito personal, sin el consentimiento de la comunidad educativa, sin la opinión de los expertos. Será tan solo otra moneda política de cambio. Y será, desde luego, sin educación. No sé si se han fijado ustedes, pero a los políticos los únicos que les hablan de usted, de señor o señora, son los mismos políticos. En una sesión plenaria, en una intervención pública, en una entrevista, cuando un político hace referencia a otro, siempre pone delante los términos señor o señora. Y es que ellos se lo guisan y ellos se los comen. Si ellos mismos no fueran capaces de dignificarse con esos señor o señora no se los dirían nadie, absolutamente nadie.
Me pregunto tantas y tantas veces por nuestra pasividad, por nuestros actos rutinarios, por nuestro miedo infundado, por nuestras contradicciones. Definitivamente estamos solos. Como dice Mario Montalbetti en un poema: "No es ceguera / si pierdes la cabeza / es otra cosa / menos temible / es soledad / la soledad del hombre / que no lleva / una cabeza humana / sobre sus hombros". Y puede ser que, entre tanta incertidumbre, abrumados por las falsas informaciones que el sentido común es incapaz de asimilar, hemos perdido el norte. Nuestro compromiso se limita exclusivamente a asentir, hemos admitido como cierto a la mentira, y hemos aceptado como conveniente a la falsedad. No es ceguera, es que perdemos la cabeza.
Los intelectuales de la RAE han dicho: "Ante la aparente marginación del idioma en ciertos ámbitos educativos, esta casa quiere protestar por esas iniciativas que solo pueden generar confusión ciudadana y que no tienen ninguna cabida fuera de la polémica política". Y ya está. Y si ustedes leen los fines del Instituto Cervantes comprobarán que, a partir de ahora, se llamará Instituto Progresista de la Lengua.
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