Cambio de sentido

Camila coronada

En el cuento de los Windsor, Camila representa lo realmente posmoderno y disruptivo

Yo soy monárquico como pueden imaginarse…", cantaban en aquel cuplecito los jipis de Los Yesterday, la mítica chirigota de Juan Carlos Aragón. Me declaro tan monárquica como ellos. Y de las duras; qué es eso de que los reyes anden por ahí haciendo morganática a la primera plebeya de la que se enamoran. Los matrimonios reales deben seguir concertándose desde la cuna, han de casarse entre ellos, sudar el miriñaque, y en la consumación tiene que estar en la alcoba hasta el Tato. El monarca que no apenque, la consorte a la que le pesen más los cuernos que la corona, o la infanta feminazi que se mosquee porque la ley sálica le parece injusta, que reniegue de sus privilegios, su herencia y su asignación presupuestaria, y aprenda un oficio. Como dijo Spiderman, un gran poder conlleva una gran responsabilidad.

La serie The Crown ha hecho mucho daño. No por contar realidades (los coqueteos del narcisín Eduardo VIII con los nazis, el mamoneo del Al-Fayed viejo, la cobra que le hicieron a los Romanov, la flema de pedernal de Isabel II…), sino por todo lo contrario, por ser una serie de plena ficción. Tan ficción es que a Carlos lo encarna el actor Josh O'Connor, con el que me pienso casar en cuanto ambos alcancemos la edad legal para ello. Los símbolos no son nada sin relato, de eso va el mythos. Mientras en España cunde el desengaño que acarrea desmontar gran parte del cuento del emérito e intentar la remontada con Felipe VI, en Reino Unido la mitología no sólo resiste los embates; los aprovecha para el cuentito y así se redecora. The Crown beneficia a la corona británica tanto o más que el tema de los Sex Pistols, a quienes no me explico cómo no han nombrado lores. Como antes fueran los romanceros del Cid y de los reyes, ahora es Neflix el trovador.

La fábula de los Windsor es perfecta, incluidas la parábola del hijo pródigo y la tal Meghan, o la princesa Margarita, que pareciera salida de una novela corta del Quijote. El más completo es el cuento de Lady Di, viva estampa de la Cenicienta de Disney, con epígonos de terrible moraleja. Pero es a Camila a quien dedico esta sentida columna: ella representa lo más posmoderno y disruptivo. La otra, por una puñetera vez, no es más joven, ni recatada, virtuosa o simpática, ni más guapa, requisitos todos del mundo machistón que seguimos habitando. La otra, este perfil inédito de la otra, ha sido coronada. Aunque sepa de sobra que su príncipe, como todos, croa. Qué punk. God save The Queen.

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