Todas las generaciones vivas excepto los nacidos a comienzos de siglo, han vivido el periodo que dio comienzo tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y finalizó abruptamente el día que se derrumbaron las Torres Gemelas de Nueva York.

Desde ese preciso instante se abrió un periodo de transición decadente en el mundo occidental caracterizado por tres factores que entraron en escena: un escenario de guerra líquida, como la definiría Bauman, concretada en un enfrentamiento religioso, tomando como enemigo al radicalismo musulmán, que dicho sea de paso ha puesto mucho de su parte; la domesticación de las masas a través del instrumento de la deuda y el consumismo como cultura; válvula de escape, en paralelo a su idiotización, mediante la irrupción de la tecnología en el ámbito de la comunicación y el acceso a la educación de calidad sólo para las élites.

El tercer elemento es el abandono progresivo del papel del Estado como protector, orillando a las sociedades hacia un liberalismo económico que de la crisis ha hecho virtud, lo cual se ha traducido en la desaparición de las políticas socialdemócratas y un liberalismo económico que ha traspasado las líneas rojas de la avaricia convirtiéndose en otra cosa, alejada de lo que en origen es.

Jefry Sachs, el economista jefe de Columbia, es uno de los intelectuales a seguir, adalid de lo que podríamos definir como "liberalismo humanista".

Todo ello ha contribuido a la desaparición de la clase media a un ritmo peligrosamente acelerado.

Como consecuencia y en paralelo se está produciendo una concentración de grandes corporaciones en el mercado global, en el que para competir la característica fundamental es que hay que tener una enorme dimensión.

Entre tanto, los estados de las sociedades llamadas democráticas se enfrentan con escaso éxito a la irrupción de poder de estos gigantes tecnológicos y económicos, dejando a sus sociedades a merced de los estragos de un mercado rampante; de ahí la precariedad que hace de las empresas más pequeñas, procesos acelerados en busca de maximizar el beneficio, a costa de lo que sea. La ausencia de valores en el ámbito social, se explica en parte por ello.

Vivimos una era de transición hacia un modelo nuevo en el que nada será como lo que hemos conocido hasta ahora. A la clase obrera le recomendaría dos cosas: dejen de idiotizarse y eduquen bien a sus hijos para el ejercicio de una profesión u oficio o liberal o independiente. El modelo de trabajo estable ya no existe; lo que desconozco es si aún estamos a tiempo.

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