Las persianas siguen bajadas, las puertas de los bares cerradas y los sonidos que daban forma a cada día prácticamente se han borrado de las huellas de las aceras. Han pasado 365 días, con cada una de sus 8.760 horas y 525.600 minutos desde que el pasado 14 de marzo se decretase el estado de alarma... Entonces no sabíamos muy bien qué significaba. Sufrimos con el silencio, la falta de luz, la ausencia de alma en las calles y rincones y hasta la angustia que puede suponer privarnos del aire para respirar. Pero aún así, hoy somos capaces de seguir hablando de falta de tiempo. No, lo que faltan son ideas y adaptarnos a una situación que, si al principio vino sin avisar y precipitando el ritmo de vida de cada uno de nosotros, ahora lo que necesita es imaginación, ganas, innovación y mucha fuerza.

¿Qué hemos hecho desde el 14 de marzo del año pasado? Las restricciones impuestas por la pandemia han sido un varapalo para el empleo y la economía y han situado a los hospitales bajo un estrés nunca antes experimentado. Desde su aparición en la provincia, el coronavirus ha golpeado con fuerza a los onubenses y ha puesto contra las cuerdas a los profesionales de la sanidad, que han sufrido el mayor reto de la historia reciente.

¿Se ha hecho todo lo que se ha podido? El esfuerzo personal de los sanitarios ha salvado lo que podía haber sido el mayor colapso del sistema sanitario, ante una clase política que ha dejado pasar la situación sin dar respuesta porque la propaganda de lo bueno de nuestro sistema y el modelo productivo que sostenía la economía se hicieron añicos en segundos. La actividad de los servicios, el turismo, el comercio y la hostelería han quedado en entredicho ante el huracán de la pandemia que ha hecho tambalear unos cimientos que creíamos que eran firmes y se ha demostrado en un abrir y cerrar de ojos que son tan débiles como quiera que sea esa dichosa especie de nomenclatura que nos acompaña cada día.

El tiempo pasa, las vacunas harán su trabajo y la virulencia de ese bicho que nos ha tenido en vilo durante meses también. Pero quedará lo peor, la herida, cada vez más honda, de una enfermedad que aún no encuentra remedio porque después de un año mantiene casi sin pulso a una ciudad abatida en la que pocos han tirado del ingenio, imaginación, valentía y esa agudeza que hacen falta para salvar una situación así. Ojalá la clase política esté a la altura.

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