Biri Biri

Era de los nuestros. Estaba allí para alegrarnos la vida tan sonriente en los cromos que intercambiábamos en el colegio

La noticia de la muerte en Dakar del futbolista Biri Biri le ha dado una patada al balón del tiempo para trasladarnos de golpe a lo más hondo de nuestra niñez, cuando los perfiles del aficionado se van afilando en los nombres de los jugadores que repetidos hoy suenan míticos. Los de mi generación empezamos a militar en esta afición tan poco recomendable para la salud, más pasión que entretenimiento, casi siempre heredada, coincidiendo con la llegada a la ciudad de aquel negrito de Gambia, atlético, simpático, rápido como un rayo, exótico en aquel futbol rústico de árbitros gordinflones y defensas leñeros, como un reflejo fugaz de la diversidad en aquella España en blanco y negro del tardofranquismo.

Era aquel un fútbol que nada tiene que ver con éste, ni mejor ni peor, distinto. Mucho más rudo en sus balones de reglamento donde los polígonos rojos cosidos al cuero rivalizaban con los de verde; mucho más simple en sus camisetas blancas de tela sin marcas, publicidad ni pamplinas; mucho más modesto en su concepto de afición pasional casi exclusiva de hombres modulado por sobre todo por la radio y su carrusel deportivo, donde la televisión se reducía a aquel programa nocturno de Estudio Estadio al que llegábamos a duras penas casi derrotados por el sueño. Nada que ver con su conversión a ese producto global y de entretenimiento eminentemente televisivo al que ha derivado el modelo hoy. Incluso la geografía urbana que lo rodeaba no tiene nada que ver con la de ahora, donde los jugadores residen en casas de lujo situadas en la periferia. Biri Biri vivía en la Gran Plaza, no muy lejos de otro de nuestros ídolos, Scotta, que tenía su casa en el edificio Olimpia, en la esquina de Ciudad Jardín, sólo a unos minutos del bar que sigue regentando Baby Acosta.

Pasado tanto tiempo, ni siquiera sabemos, ni interés tenemos, si era tan buen futbolista como lo creíamos de chicos. Solo nos consta, y con ello nos basta, que era uno de los nuestros, que en nuestros particulares años de plomo en Segunda con el estadio a medio terminar estaba allí para alegrarnos la vida tan sonriente en los cromos que intercambiábamos en el colegio, y que con su bonhomía dio nombre a la mejor peña que no lo olvida en el Gol Norte. Y que si decimos con Benedetti que el fútbol es siempre un regreso a la infancia, cómo no vamos a recordarlo hoy quienes nacimos al fútbol con Biri Biri.

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