Benidorm Fest y el pensamiento único

"En seguida salió la palabra mágica, tongo, que es la que se emplea cuando no ocurre lo que la gente quiere que ocurra"

Anda media España a la gresca con la otra media a cuentas del Benidorm Fest y la elección de la canción que representará a España en el festival de Eurovisión. Si no se saben la historia yo se la explico muy rápidamente: hay una canción tipo Beyoncé, Jennifer López y demás, de estas con un punto latino, mucha coreografía, mucho ritmo y mucho meneo de pelo; otra que se supone que es indi, original, marchosa, con un baile entre raro y cutre, feminista y pegadiza, pero pegadiza de las que te entran ganas de hacerte una lobotomía para quitártela de la cabeza. Luego hay otra canción, un temazo en gallego de tres pandeireteiras con maquillaje vistoso, rock y folk del bueno y una llamativa puesta en escena. Hubo más, pero esas eran las tres en liza. Ganó la primera, la Beyoncé (que se llama Chanel), y se lió la mundial porque al parecer no era la favorita. La favorita de los que han puesto el grito en el cielo, claro, porque se ve que del jurado sí que lo era. En seguida salió la palabra mágica, "tongo", que es la que se emplea cuando no ocurre lo que la gente quiere que ocurra. La cosa es que las reglas estaban claras desde el principio. Básicamente decían que, por mucho voto público que hubiera, la decisión iba a estar en manos de un jurado de expertos en Eurovisión (hay expertos en todo) a los que por cierto no conocía nadie, lo que tampoco es extraño porque, quitando a Uribarri, nadie conoce a ningún experto en Eurovisión. En fin, que como lo del tongo no coló se pasó al siguiente nivel: la justicia. Que si es injusto, que si el público decide, que si en un país democrático esto no ocurre y demás convincentes argumentos basados en la falsa idea de que La Mayoría no se equivoca. Y como lo de la indignación tampoco funcionó se dio un paso más: el insulto. Aparecieron los haters en sus muy diversas formas, aunque predominaron dos: los del feminismo de pelo en el sobaco y teta fuera, que al parecer es el único bueno y que defendían su canción preferida acusando a la muchacha de machista (por poner un insulto suave); y los de la progresía folclórica y el valor de lo original, que no entendían cómo aquella basura de canción bailonga podía ganarle a sus tres galleguiñas. Por último, como siempre, aparecieron los buitres: los políticos que han llevado el caso al Congreso porque, por lo visto, no hay cosas más importantes para llevar al Congreso. Lo triste de todo esto, y ahí es donde voy, es que lo del tongo, la injusticia y el insulto esconden una realidad que a menudo se nos escapa y sobre la que conviene pararse a pensar, y es que hemos llegado a un punto en el que los señores que hacen los algoritmos en las redes nos han compartimentado tanto que solo nos rodeamos de gente que piensa como nosotros. Nos han polarizado de tal forma que nos cuesta pensar que no solo nosotros tenemos la razón. Que a lo mejor es más sano escuchar a los que no piensan como nosotros que encerrarnos con los que sí en la cárcel de los necios que es el pensamiento único.

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