Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Pablo y Pedro
Es una palabra triste, pero necesaria. Desde el punto de vista lingüístico, un hallazgo. Desde el de la realidad, una bofetada. Se refiere a los desechos humanos abandonados en la naturaleza, pero quizás termine designando unos pocos espacios verdes aislados, los que dentro de poco quedarán en un mundo que cada vez acumula más basura. A fuerza de descartar plásticos, embalajes o residuos, lo único no descartable es esa posibilidad.
No sabemos qué hacer con los desechos, esa es la verdad. Nos supera la catástrofe silenciosa de los espacios naturales plagados de basura doméstica y subiendo otro escalón, vivimos amenazados por los residuos industriales que se acumulan en vertederos como el que en estos días ha acumulado tantos titulares. La crisis medioambiental en que ha desembocado lo de Zaldívar viene a ser solo una punta pequeñita del iceberg, la que nos pilla cerca, porque hay millones de zaldívares por todo el mundo. Se ubican siempre cerca de las zonas más vulnerables y todos los años provocan miles de muertes por contaminación, deslizamientos o incendios. El propio Banco Mundial habla de los desechos sólidos como uno de los mayores problemas universales, que atañe a todos los habitantes del planeta. Y sin denunciar (faltaría más) el modelo productivo que está en su origen, reconoce que es crucial lograr una gestión sostenible, sobre todo teniendo en cuenta que en las tres próximas décadas la cantidad de desechos generados aumentará un 70%.
¿Qué se puede hacer, entonces? Cambiar la basura de sitio no parece muy inteligente. Aquí se ha corrido el bulo de que los residuos de Zaldívar terminarán en Nerva por orden expresa de Pedro Sánchez, un fleco chistoso si no fuera porque en este asunto nada hace gracia y nada puede solucionarse de forma fragmentaria o cortoplacista. En Nerva tienen motivos para quejarse, pero ya no vale lo de "en mi pueblo no, en el de al lado". Y si lo que hacemos con los residuos es a todas luces un asunto tan crucial, no se entiende que esa gestión esté en manos de empresas privadas que buscan rentabilidad y beneficios. Habría que empezar por plantearse una gestión pública de los residuos y exigir que en la contratación se tomen en cuenta criterios sociales, que se prime el bien común. Y luego, ponerle de verdad el cascabel al gato de la cultura de lo descartable para no terminar sepultados por toneladas de basura. Perdón, de basuraleza.
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