Juanma G. Anes
Tú, yo, Caín y Abel
Los afanes
EN los últimos días hemos leído estupefactos la noticia que indicaba que uno de cada tres españoles padecerá algún tipo de cáncer a lo largo de su vida. Y realmente es estremecedor, sobrecogedor. No se trata ya del alimento que comemos y desconocemos si su procedencia ha sido alterada genéticamente o saturada de productos químicos que al final acaban dando la cara. Tampoco del aire que respiramos y que nos lleva a dejar el balcón, como dijera Gil de Biedma en uno de sus versos. Lo cierto es que uno de cada tres enfermaremos.
Pero no debemos entristecernos, en absoluto. Las medidas que podamos tomar cada uno serán las mejores, garantizarán nuestra tranquilidad. Por ello, muchas veces, casi todas, acudo a los libros para aprender de los grandes y así evitar dejar obras sin leer antes de mi propia muerte. Recuerdo que Fernando Pessoa en El libro del desasosiego (acaba de aparecer en Alianza hace unas semanas una magnífica nueva traducción del onubense Manuel Moya) decía: "En lo que nace, tanto podemos sentir lo que nace como pensar lo que ha de morir".
Sándor Márai, en sus Diarios, allá por los años ochenta del pasado siglo, escribió: "Nacer no es una experiencia, porque es accidental: nos pasa sin más, involuntariamente. La muerte sí constituye una experiencia, puesto que nos sobreviene contra nuestra voluntad". Agradezco a la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM) que difundiera en los medios de comunicación esa noticia hace unos días. He corrido para aprovisionarme de buenos libros y de buena música, atiendo con más cariño a mis amigos y escucho. Pero sobre todo miro a los ojos. ¿Han comprobado ustedes mientras pasean por la calle como el mundo ahora sólo sabe enviar whatsapp? Si al menos ese hecho provocara un ruido parecido al de una sinfonía, diríamos como Ígor Stravinski que "la música nos es dada con el único propósito de establecer un orden en las cosas, incluidos, y, en particular, la coordinación entre el hombre y el tiempo". Pero no, los teclados son táctiles y los jóvenes aprendieron antes a quitarles el sonido.
No debemos olvidar que todo aquello que nos haga pensar nos enriquece. Y por ello no debemos abandonar los instrumentos que nos alejan de la banalización. Un libro, por ejemplo, o una obra de arte o una canción.
Ojalá la SEOM hubiera divulgado que uno de cada tres españoles alcanzará todos sus objetivos en la vida. Y para qué queremos a la SEOM si lo podemos lograr nosotros mismos. Adelante pues.
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