Surcos nuevos

Jaime De Vicente Núñez

Aurora o el amor imperecedero

11 de noviembre 2014 - 01:00

LO leí durante el telediario en la tira inferior de la televisión que anticipa las noticias que la cámara no ha tenido el tiempo o la oportunidad de recoger; casi siempre sirve para adelantarse a la competencia en el anuncio de catástrofes o para informar de la última novedad del deporte. Pero lo que ahora aparecía por el lado derecho de la pantalla para deslizarse hasta perderse por el izquierdo me afectó personalmente: "Ha muerto Aurora Bernárdez, viuda y albacea de Julio Cortázar". No tenía importancia la inexactitud de llamarla viuda, puesto que cuando murió Cortázar ellos llevaban más de quince años separados. Lo inesperado para mí es que hace justamente dos meses ella me recibía en su casa de París, acompañado de Raquel Caleya, del Instituto Cervantes, para entregarnos las fotografías y cuadros que iba a prestarnos para la exposición Homenaje a Julio Cortázar, que actualmente se exhibe en el Museo de Huelva. Es cierto que era una anciana de 94 años, pero su aspecto juvenil, su sonrisa cordial, su vivacidad, me impedían verla como una persona cercana a la muerte.

Pocas veces el amor y la afinidad intelectual han caminado tan de la mano como durante los catorce años que duró la relación de Aurora y Julio. Como este decía bellamente a su amigo Eduardo Jonquières en una carta de 1953: "Ella ha venido a su vez, está aquí (en París), su mano duerme de noche entre las mías." Y unos meses después: "Estamos de acuerdo en casi todo lo fundamental, y discutimos como leopardos sobre lo nimio." El transcurso del tiempo erosionó la convivencia: "Una crisis lenta pero inevitable nos ha puesto frente a una situación que, como gente inteligente que se quiere y se estima, tratamos de resolver de la manera menos penosa posible" (carta a Julio Silva, 1968), pero el afecto permaneció intacto. Y es Aurora quien, cuando el cáncer se lleva con solo 36 años a Carol Dunlop, el otro gran amor de Cortázar, acompaña al escritor minado a la vez por la leucemia y por la pena: "¿Sabían que (Aurora) vive en mi casa? Me encontró tan enfermo y flaco hace tres meses que renunció a irse a Deyà y se vino a hacerme la sopa, gracias a lo cual gané cinco de los diez kilos que había perdido." (carta a Claribel Alegría, 1983).

En el centenario del nacimiento de Cortázar, su amiga para siempre, su amor imperecedero y constante, ha querido ir a felicitarle, donde quiera que esté, en persona.

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