Decimos adiós al verano. Septiembre nos ha traído lentamente la suave llegada de una estación íntima, callada, llena de recuerdos con la poesía latente de haber soñado la experiencia de una existencia luminosa y viva.

En pocas horas la melodía insonora del otoño nos hablará de un cambio estacional, que el día 23, a las ocho y cincuenta de la mañana, tendrá ya una presencia que acelera la huida del sol al atardecer.

El otoño tiene siempre algo especial en nuestras vidas. Una estación melancólica que se refugia en la soledad, el silencio, en una desnudez incipiente de los árboles, en la placentera escucha de una melodía inacabada o en el cantar sonoro, sin palabras, de un poema perdido entre las páginas de un viejo libro.

En un rincón querido del otoño se levanta, calladamente, el más bello monumento a esa inspiración que llamamos Arte.

Me viene el recuerdo de las manos creadoras de un escultor querido que da vida a un arte que transforma milagrosamente el barro en la expresión real del artista.

Desde las cumbres de nuestra serranía Alberto Germán Franco modela sentimientos llenos de arte y fuerza escultórica. Alberto es para mí uno de los artistas más acabados de nuestra provincia. Talento, maestría y profesionalidad brotan de su corazón dando a sus manos el temperamento del artista nato.

Hablar de este escultor es señalar la línea segura y admirable de una familia que ha hecho historia del arte en Huelva.

Hace días Alberto mostraba públicamente en el que llamamos Paseo de las Artes, en Ayamonte, una demostración sorprendente, dando realidad viva a lo que será la cabeza echa pieza de arte de un gran sentimiento familiar para él.

Viví muchas jornadas de admiración hacia Domingo, su abuelo, en aquella azotea de la calle Rábida donde, mientras se secaban lentamente las pieles para ser cuna de sus impresionantes pergaminos, me hablaba de arte, de historia, de sueños echo realidades en la magia de sus pinceles.

Pasan los años, y en la tradición del arte, continuó maravillándome en las suaves acuarelas que su padre hacía brotar de su luminoso corazón onubense dando color a tantas obras inmortales. José María sentía a Huelva en su arte, en su devoción cintera, en sus pinturas que plasmaban para siempre el cielo de nuestra vieja Onuba.

Y ahora, la estela feliz de otro artista, Albero Germán, creador de vida nacida del fresco y húmedo barro que sorprende por su realidad.

Como el otoño es Arte, he querido hoy dedicar mi afecto y cariño familiar al último de una saga que es parte de mi existencia.

Desde la orilla de la playa, donde siempre recibo nostálgicamente al otoño, escribo sobre la arena un recuerdo a estos tres corazones llenos de arte y amor a Huelva con todo mi afecto, antes de que llegue una ola traviesa y se lleve un pensamiento imborrable.

Este año Dios me ha dado la suerte de llegar a otro otoño, en el caminar difícil de las décadas que se amontonan, esperando la bajamar eterna de una marea esperada.

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