Juanma G. Anes
Tú, yo, Caín y Abel
Los afanes
Treinta partidos políticos se presentaron a las recientes elecciones brasileñas. Que una sociedad esté tan fracturada es síntoma de descomposición, o de ausencia de armonía. No hemos defendido nunca la mayoría absoluta, ni siquiera la relativa, pero que el Congreso brasileño tenga 513 diputados procedentes de una treintena de partidos es un disparate. La representación deja de estar representada o, en realidad, nunca lo ha estado.
Lo cierto es que todo en esta época que nos ha tocado vivir es un disparate, una inmensa barbaridad que conduce a la ausencia de armonía. La crisis global en el ser humano y en la sociedad comienza cuando el hombre, en su propia balanza, valora más los derechos que las obligaciones. Vencen los derechos. Hoy todo el mundo tiene derechos, pero se olvidan de las exigencias morales o vínculos que debe regir la libre voluntad.
María Zambrano, en El nacimiento de los dioses, indicaba que el hombre crea a los dioses por necesidad. Les ofrece sacrificios, los venera, siente la necesidad de creer, la voluntad de afirmar que están presentes en su vida. El hombre ejercita sus obligaciones, aquellas que él mismo ha creado, y con ello mantiene una estabilidad, esa armonía que mencionábamos.
Decía que la múltiple representación era síntoma de descomposición. Y lo es porque nuestros representantes nos instan a defender los derechos, pero ninguno nos acerca a las obligaciones. Y un pueblo sin obligaciones es como un dios sin veneración. Seguimos buscando el origen de la descomposición, el nacimiento de la tragedia, la destrucción de la democracia, y muchas veces me pregunto si alguna vez hemos tenido democracia, o si sabemos realmente qué significa democracia. Desde luego, podemos afirmar, que la democracia que nos enseñan, que nos venden, y de la manera que nos la han pintado, no es democracia.
El ser humano se ha vuelto egoísta, los políticos son egoístas, son nuestros maestros. Escribía Nicanor Parra en un artefacto: "¿Quién nos liberará de nuestros liberadores?". Y lo cierto es que solo nos podemos liberar de ellos nosotros mismos, con nuestra libre voluntad. Los hemos creado como si fueran dioses y se han convertido en nuestros destructores. Hacen y deshacen a su antojo sin importarles, lo más mínimo, que tenemos obligaciones, y que esas obligaciones serán las únicas que nos concederán nuestros derechos. El poeta chileno escribía en otro artefacto: "Para que algunos pocos coman bien, ¿es preciso que muchos coman mal?".
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