Por estas fechas tratamos de alejar de nuestras atribuladas mentes la confusión política que tanto las altera y amedrenta. Preferimos iluminarnos por luces -esos jeroglíficos destellantes exentos de símbolos navideños- y adornos diversos ajenos a nuestro más entrañable y arraigado espíritu tradicional. Entiendo que haya personas a quienes no les guste la Navidad pero ello no justifica un ánimo apesadumbrado y negativo. Comprendo que haya razones para no celebrar la Navidad a la manera tradicional. Como algunos dicen, porque recuerdan a los que ya no están con ellos para celebrarla. Pienso que es una manera válida de evocar en su recuerdo fechas inolvidables que se disfrutaron en alegre convivencia y cariñosa familiaridad. Si es que se dejan llevar por las tendencias acomodaticias de supuesta progresía que desacraliza y desmotiva celebraciones tan enraizadas, ¿prescindirían también de otras galas, cotillones y cuchipandas, comidas o cenas de empresa, a las que se suman por aquello de la costumbre y el jolgorio?

También los que hablan de crisis o de agonía del cristianismo y arguyen escándalos indeseables en su seno como arma arrojadiza, producto de sus irascibles increencias, lo cual, aunque ellos lo ignoren o pretendan rechazarlo, supone un cataclismo cultural. Citaríamos cuanto recordaba, George Santayana -es muy largo citar su nombre completo-, filósofo, ensayista, poeta y novelista, nada sospechoso porque no era creyente: "Soy hijo de la cristiandad; mi herencia procede de Grecia y Roma, de la Roma antigua y moderna, de la literatura y la filosofía de Europa. La historia y el arte cristiano contienen todas mis mediciones espirituales, mi lenguaje intelectual y moral". Quizás el olvido de pensamientos así haya determinado tanta decadencia, tanto escepticismo, tanta desesperanza. Y también, ¿por qué no?, esa trivialización del acontecimiento, esa comercialización especulativa de la conmemoración navideña, que, promoviendo el consumo, propende al despilfarro, al derroche y la disipación.

Si invocamos un año más el espíritu de la Navidad no hacemos más que conmemorar como lo hacen millones de personas en todo el mundo el Natalicio de Jesús con el natural, tradicional, genuino y auténtico regocijo de la celebración. Evoquemos con noble júbilo aquel jugoso verso del poeta, humanista, notable innovador de la poesía, Cristóbal de Castillejo: "Pues hacemos alegrías cuando nace uno de nos/ ¿qué haremos naciendo Dios?". Y en ese ámbito poético tan pródigo en alabanzas y villancicos que animan estas jornadas alegres y bulliciosas, calles y plazas de nuestra ciudad, nada mejor que transcribir aquel impagable fragmento del bellísimo poema que uno de los más grandes poetas andaluces de todos los tiempos dedicó Al Nacimiento de Cristo Nuestros Señor, de Góngora: "Caído se le ha un clavel/ hoy a la Aurora del seno/ ¡qué glorioso que está el heno, porque ha caído sobre él!" .

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