Confabulario
Manuel Gregorio González
Lotería y nacimientos
Hace ya tiempo que soy objetora de conciencia de ver películas violentas: les confieso que vi Apocalypto al borde de la taquicardia y con la cabeza vuelta casi todo el tiempo y que he visto Juego de Tronos dándole hacia adelante al video cada vez que llegaba una escena de violencia. Pero, sobre todo, soy objetora de películas que reflejen la crueldad humana basándose en hechos históricos. Así me declaré, hace ya muchos años, después de ver La Lista de Schindler. Ya era tarde: me pasé cinco días, al menos, teniendo pesadillas y recordando a cada paso -maldita buena memoria visual- los detalles más macabros y dolorosos y aquellos cajones infames en los que se clasificaban gafas, zapatos y dentaduras. Mi potencial universo cinematográfico, sin duda, se ha resentido: no soporto ver películas sobre genocidios, represión o torturas, ni sobre abusos con los débiles, maltrato, injusticia u opresión. Poco más me queda que el suspense, el cine negro o la ciencia ficción. De alguna forma, ya sé quiénes son los malos y lo que hacen e hicieron. No en vano soy historiadora: conozco las causas, los desarrollos y las consecuencias. Verlo y volver a verlo, por bien hecha que esté la peli y necesaria que sea, no añade ni quita nada a mi posición moral sobre el rechazo total a la violencia y la crueldad. Entenderán, entonces, que tampoco haya visto ni vaya a ver nuncaLa vida es bella. La mera contraposición de ese título con la espantosa realidad del holocausto me produce escalofríos. Lo que no se ve ya lo añado yo con mi capacidad para la reconstrucción imaginaria.
No obstante, he podido ver -ya me informaron de la ausencia de violencia explícita- Argentina, 1985. No hay imágenes sobrecogedoras como en La noche de los lápices, pero hay un relato sereno y vívido sobre los horrores de la dictadura militar argentina que vale la pena actualizar. Me parece magistral la utilización, al comienzo, de la obertura del Tannhäuser wagneriano: Strassera está oyendo una de las óperas más famosas de un compositor que pasa por ser hombre nacionalista y derechoso, pero que trata de cómo el amor es lo único que puede redimir al ser humano. Está cargado de sentido metafórico ese plano en el que Strassera y Moreno Ocampo salen del retrete e inmediatamente entran en la sala de audiencias: es esa misma puerta ficticia la que conduce de las cloacas a ese juicio en el que algunos militares sanguinarios sabemos que serán absueltos. El alegato final del fiscal tampoco tiene desperdicio. Ninguna patria vale la pena, si para defenderla hay que recurrir a la violencia contra los débiles e indefensos. Ninguna patria vale la pena, si se construye sobre la crueldad y si sus cimientos se levantan sobre la impunidad y el olvido. Pero lo que más me ha gustado de la película es que nos alimenta la confianza en que, por mal que estén las cosas, siempre habrá gente honesta, valiente y firme dispuesta a defender la causa de los débiles y a redimirnos a través del amor.
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