Juan Perianes VÁzquez

Andalucía: cruce de caminos

MUCho se ha hablado y escrito sobre Andalucía. Se ha hablado de la imagen tópica de Andalucía heredada de aquellos viajeros románticos e incluso de algunos filósofos y pensadores actuales: paraíso pobre habitado por un "pueblo holgazán" (Ortega y Gasset). Aún hoy se sigue viendo a Andalucía como el último rincón arabizado de Europa. Sin embrago esa idea dista mucho de ser una tierra impregnada por su vegetación y clima, por su luz y olor, por el carácter peculiar de sus gentes, por sus pueblos encalados y misteriosas ciudades.

Hay otra imagen no menos tópica, la Andalucía trágica de Azorín, de revueltas campesinas, de jornaleros sin tierras y aceituneros altivos, de los anarquistas, la represión, de los caciques, del hambre y la emigración. Desde luego, es a la literatura costumbrista a quien debemos de culpar, por haber llenado tantas páginas como se han llenado las guías de turismo.

Ninguna comunidad autónoma de España ha dado lugar a tanta mezcla de culturas, hasta el punto de que podemos decir que Andalucía es un cruce de caminos y un crisol de culturas. Andalucía es tanto la tierra de Séneca, Trajano, Picasso, Falla, Machado, como la tierra de Curro Jiménez, la del tren de alta velocidad, los modernos centros turísticos, la espiritualidad de la Semana Santa o las romerías en sus distintas advocaciones a la Santísima Virgen. Pero Andalucía no sólo es eso, sino mucho más; es un magma antropológico y social con un elemento común: lo popular.

En España, pocos pueblos han tenido una historia tan cargada de acontecimientos como la que ha tenido Andalucía. Siempre se ha dicho que Andalucía era el lugar de la civilización Tartésica, provincia romana, cruce de caminos entre oriente y occidente, y corazón de la civilización árabe durante el dominio de los Omeya.

También la oligarquía andaluza ha sido y es proveedora de altos cargos en la Administración central. Sin embargo, esta situación difiere mucho de la idea de subdesarrollo y abandono como principal elemento para explicar lo que es Andalucía. Hay una extraña paradoja con la idea que autores clásicos como Polibio, Plinio, Estrabón, etc. tenían sobre Andalucía; que la describían como una tierra rica y benigna, y es en el contexto de las autonomías una de las de mayor potencial de futuro.

También se ha hablado y escrito mucho sobre el carácter andaluz (de su idiosincrasia, y jamás en España pueblo alguno ha soportado injustamente tantos mitos y tópicos). En Andalucía, lo popular toma formas tan variadas como su geografía, clima o lengua, e igualmente ocurre con su carácter, puesto que no sólo hay uno, pues hay muchas diferencias entre la austeridad del andaluz oriental, y el derroche del andaluz occidental, o entre el humor gaditano y el humor sevillano. Pero hay un elemento común a todos sus habitantes: su eclecticismo. Ese saber natural para recoger y asimilar las influencias recibidas, como son sus costumbres, su religión y su cante popular recibido a lo largo del tiempo.

Si su poesía fue la voz lírica de España el siglo pasado (Machado, Juan Ramón Jiménez, Alberti, García Lorca, etc.) ¿Qué podríamos decir de su música? y del teatro, desde la denuncia de Lorca y Machado hasta el costumbrista de los Álvarez Quintero.

Nadie como los andaluces han sabido mezclar poesía y tragedia, folklore y otras formas de vida tan misteriosas como reales.

Ortega y Gasset llegó a escribir de los andaluces como aquellos seres al que Dios le había destinado el mejor lugar del Planeta. A pesar de todo, al sur de España hay un pueblo maltratado y vilipendiado, muchas veces ensalzado y muchas veces humillado por voces que desde la ignorancia unas y con mala intención otras, hizo tanto daño a un pueblo que ha influido más que ningún otro pueblo en la historia y cultura española. Un pueblo sabio, misterioso, orgulloso de sus raíces, vital y soñador, lo mismo es religioso que profano a la vez.

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