Confabulario
Manuel Gregorio González
Narcisismo y política
CREO que mi uso de razón aún era corto cuando comencé a enamorarme de mi Semana Santa, de ésta, la de la antigua Onuba. Contaba con cuatro años de edad cuando ya pedía, y me era concedido, acudir a ver las recogidas de mis hermandades.
Me enamoraba de mis hermandades, me enamoraba de sus titulares, me enamoraba de los nazarenos… Me enamoré de mi Cuaresma, me enamoré de mis pregones, de mis actos, de mis vía crucis, de mis exaltaciones. Me enamoraba de todo lo que envolvía a mi ciudad en esa época del año. Me enamoraba de los cofrades, de sus conversaciones. Escuchaba atentamente lo que comentaban mis cofrades mayores y de ellos iba aprendiendo y, simultáneamente, aprendía el amor que en ellos admiraba. Me enamoraba contemplar cómo observaban lo que ocurría el día de la salida procesional de cualquier hermandad que no fuera la suya, por si esa hermandad podía necesitar algo de alguno de ellos. Me enamoré, y sigo enamorada, de mi Semana Santa y su Cuaresma, la de Huelva.
He conocido hermandades de otras tierras procesionando en las calles y, al verlas, verdaderamente he quedado obnubilada ante esas auténticas obras de arte en movimiento. Pero en momento alguno, ninguna de las contempladas ha conseguido que floreciera en mí el amor que me despiertan mis hermandades.
Entiendo que porque es lo mío, lo que me enseñaron a querer desde pequeña, lo que he mamado y rozado más intensamente. Siento, vivo, debato -acaloradamente cuando toca-, critico, siempre desde un punto de vista constructivo, a fin de que lo negativo desaparezca y en todas esas actuaciones está presente el amor que siento, aunque me tilden de la huelvanía. No es para mí ofensa alguna, aunque quien lo diga lo crea.
Y en esta nueva Semana Mayor que se aproxima añoraré a los que de forma sistemática os marcháis a otros escenarios. Aunque sea sólo de vista; los que nos decimos o apellidan cofrades nos conocemos todos. Y será triste no veros más que el día de salida de vuestras respectivas hermandades, y a algunos ni aún ese día.
Os respeto, pero no os entiendo. Probablemente serán cortas mis entendederas, pero ¿qué madre o padre no conoce perfectamente los fallos y virtudes de sus hijos? Y porque su hijo no sea más alto, o guapo, o listo, o bueno que el del vecino, ¿quiere más al que no es suyo? Claro que no.
Perdonadme si os parece un ejemplo torpe; a mí se me ha antojado elocuente. Y lo que entiendo menos aún es que tras la ausencia, a la vuelta, algunos criticaréis lo que no habéis visto. Os respeto, pero no os comprendo.
En distintos momentos he vivido fuera de Huelva, pero en Semana Santa siempre volvía a mi casa, a mis calles, a mis raíces, para revivir todos los instantes extraordinarios surgidos en años anteriores. Desde que mi hijo nació intento inculcarle el amor que su madre siente. Intento que conozca, que disfrute, que viva, que se identifique con la Semana Santa onubense. No sé si será un pobre legado, pero es el legado de sus orígenes.
Amo a mis hermandades y lógicamente quiero para ellas lo mejor, pero mi amor no depende de que la banda que acompañe a cada paso sea o no increíble, o de que la cuadrilla de costaleros esté más o menos completa y lleve mejor o peor a su imagen, o de que sea una hermandad más o menos populosa. Mi amor sólo depende de que son ellas, las hermandades que me enamoraron, las que son parte de mí y de mi bendita tierra.
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