Amor, ¿con o sin cebolla?

Huelva, 14 de febrero 2023 - 06:00

Me recuerdo impulsado por una energía extraña, cuando apenas era un niño, en plena clase de Educación Física, corriendo al lado de María alrededor del campo de fútbol del colegio. También conservo el olor adolescente de la arena y de la playa, el mismo del pelo rubio y alocado de Ana, a quien no volví a ver, en un verano ya sin fecha. Y tantas noches aisladas, tantos incendios íntimos, de los que uno guarda un cofre de cenizas. Puede que el amor no prescriba nunca. Me viene a la mente el título de un poema, que tira de un puñado de versos, del chileno Gonzalo Rojas: ¿Qué se ama cuando se ama? Y es que el logo, la palabra, la lógica, no da para atinar una respuesta. Qué pregunta, ¿qué se ama cuando se ama? Porque el amor es un mutante. Va cambiando de formas y emociones. De rostros y de cuerpos. De gustos. Cambia con los años. A veces adicción impropia, a veces olvido matutino. El amor es como el salón de nuestra casa, uno y diferente, con nuevos sofás donde acomodarnos, con cuadros nuevos que decoran las estanterías nuevas. Cambiaremos el color de las paredes y será el mismo hogar al que volvamos.

El amor es todo lo que somos porque nos hace débiles. Vulnerables. No hay error que no cometamos por amor. Es curvo y discontinuo. No entiende de algoritmos. Es irrespetuoso con cualquier orden. Por eso, en ocasiones, es prisionero del deseo. En otras, esclavo de la incertidumbre. En la imperfección está su causa. Lo mismo oro que estiércol. No hay grito que el amor se guarde, en el placer o en el odio. Desmedido y apaciguado. Con esa capacidad de voltear y detener el manejo del tiempo. El amor es un acto de tolerancia.

Hace veinte años que cociné mi primera tortilla de patatas, recuerdo perfectamente la situación y el contexto. La hice por amor, más bien por su pretensión, por inconsciente, a tientas, en la duda de qué resultado tendría todo aquel amasijo. Y puede que el amor sea justamente eso, una receta con pocos ingredientes que se combinan al gusto de cada uno y que vamos retocando, ¿perfeccionando?, con los años. Que unas veces resulta y otras no. Que te haces con el punto exacto o que te cansas del mismo sabor. En unas estarás a tiempo de rectificar, en otras será mejor batir de nuevo. Con o sin cebolla. Hecha o poco hecha. Fría o recién desmoldada. Casera, precocinada o deconstruida. Para gustos los colores. Y saben, de aquel amasijo, aunque alguna vez se nos haya quemado, ahí seguimos, dándole forma a nuestra receta.

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