Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La vía es (por ahora) andaluza
Recuerdo mirarla con discreto interés. De reojo, pero sin perderla de vista, como se miraban ciertas revistas que en aquellos años algunos kiosqueros colocaban impúdicamente agarradas a un alambre, como calzoncillos, con dos pinzas de la ropa. La miraba, les decía, porque me daba morbo. Porque en cierto modo era peligroso. Era cosa de mayores. A mí apenas me daba para ver algunas pelis del vídeo comunitario y leer cómics de Tintín o viejos libros de aventuras y de crímenes, así que, en mi imaginación, aquello de ‘Anarquía y cerveza fría’ en una pared del barrio lo había debido pintar algún Yon Baine posmoderno. Un John Silver actualizado. Más malote, más duro y peligroso, con chupa de cuero negra y botas militares o, peor aún, una cresta de colores, pendiente en la nariz y tachuelas en la chaqueta, como los chavales chungos de Curso 1984. Por entonces no había internet, así que tuve que apañármelas con el primer tomo de la Larousse que teníamos (que tenemos) en casa para descubrir que aquello de la anarquía era una cosa política que consistía en, ilusos ellos, creer que entre nosotros podemos organizarnos sin necesidad de gobiernos, leyes ni estados. Con el paso de los años fui descubriendo que no era para tanto, y que mis amigos punkys y heavys eran, además, guays, y que lo de la anarquía la circunscribían a un par de protestas y algún comportamiento airado en el instituto, así que preferí dedicarme por entero a lo de la cerveza fría.
El recuerdo de la pintada, que permanece en el rincón ese extraño del cerebro en el que permanecen las cosas como si las hubiésemos visto ayer mismo, me ha estado viniendo estos días con el asunto de la investidura, caiga quien caiga, de mi admirado Pedro Sánchez. Ya saben, lo de la amnistía a Puigdemont -los demás ya pringaron en la cárcel-, la quita de la deuda y todo eso que hará que España sea aún más desigual que antes. Territorialmente hablando, quiero decir, que para soltar la pasta que sostiene chiringuitos y pesebres hemos sido desiguales siempre: unos pagan y otros non, como los pimientos gallegos. Al margen del choteo de la amnistía, andan los ánimos caldeados con el tema porque, sostienen algunos, el Gobierno desequilibrará la balanza en favor de Cataluña por culpa de los famosos pactos de investidura, que darán más dinero a los catalanes en detrimento de los demás, que, en consecuencia, tendremos menos. Como la parte contratante de la primera parte.
Hay quien dice que los señores diputados del PSOE tendrán que volver a sus circunscripciones con el rabo entre las piernas y la vergüenza de haberles birlado el voto y el orgullo a los ciudadanos a los que representan. Todo eso dicen, digo, y sin embargo yo no dejo de pensar en que no es para tanto. Que aquí, en Huelva, en realidad nos vamos a enterar más bien poco si nos desequilibran o no porque llevamos un siglo desequilibrados. Abandonados a nuestra suerte gracias al trabajo infame de una mayoría de indolentes diputados, de todos los colores pero principalmente de uno, que votan o callan lo que haga falta con tal de seguir en la poltrona de Madrid. Nada nuevo bajo el sol, vaya: allí dirán que sí a todo, incluida la amnistía, y luego, como si nada, volverán aquí a por su cervecita fría.
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