Tuvo Huelva un admirado y querido alcalde, que viendo lo pobre que estaba la ciudad de arboledas en calles y paseos, se le ocurrió la idea de llenar la ciudad de naranjos. El pueblo, siempre dado a dar calificaciones a todo cuanto hacen los políticos, le puso de sobrenombre “el alcalde naranjito”… ¿Y sabéis lo que ocurrió? Fácil de imaginar. Cuando llegaba la primavera toda la ciudad se bañaba en un aroma de azahar que inspiraba la más bella contemplación a los días de la Semana Santa… Cuantos nos visitaban quedaban admirados del perfume que por muchos años marcó a este rincón andaluz… El naranjo había triunfado en el aroma olfativo onubense.

Pero la historia venía de muchos años antes. Quienes nacimos bajo el techo de las hojas de palmas que embellecían algunas plazas típicas de nuestra querida ciudad, sabemos cuanta riqueza de sombra puede dar una palmera en plena canícula, cuanta belleza cimbreante, cual vientre de bailarina de Gades, que entretenían a Salomón, y que bello símbolo, recto y desafiante al cielo azul de nuestra tierra.

La plaza más simbólica de palmeras, en Huelva, es sin duda la de la Merced. La amplitud del terreno y su conformación la hicieron ideal para presumir de ellas… Esta vez no fue un alcalde, sino un concejal jardinero que allá a principio de comenzar el siglo XX se le ocurrió cambiar las acacias de la plaza por esbeltas palmeras que fueron creciendo para dar postín a un barrio alegre y marinero como el de la Vega Larga. Este mismo concejal puso en marcha el reloj del templo mercedario que siempre fue fiel compañero del vecindario y al que le puso un bello carrillón con fandango de fondo, para alegrar las horas y los cuartos, nuestro recordado Maestro de Capilla José María Roldán.

He visto sembrar, crecer y caer a estos gigantes que nos adornan de maravilla… Siempre recordaré un ejemplar único que existía en la plaza mercedaria, delante del Hospital Provincial, de una altura poco común que nos admiraba a todos hasta que un vendaval de invierno la hizo inclinarse y caer al suelo. Fuimos muchos los vecinos que la despedimos con una lágrima, y yo hasta con un artículo en este mismo periódico.

Fueron varios alcaldes los que se dedicaron a dar vida a las rosaledas de la plaza de la Monjas, logrando crear en el centro de la ciudad un jardín orgullo de la ciudad. Imposible olvidar los cuidados ofrecidos a los jardines, incluyendo la reforma de la Plaza Niña, por el concejal Antonio Báez… como con las palmeras Ramón Pardo o con los naranjos mi hermano Antonio. Fueron jardineros para Huelva.

Ha llegado a la alcaldía mujer llena de entusiasmo, de valía, que rápidamente como buena ama de casa, ha comenzado por limpiar la ciudad y por ordenar un mantenimiento y estudio sobre todas las palmera que existen en esta calurosa Huelva.

Nos alegramos porque sabemos todo lo que Pilar Miranda puede dar a Huelva y, sobre todo, en detalles y obras que son los que cambian la fisonomía de los pueblos.

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