Pasan las horas y todavía están en nuestra retinas las imágenes de la Pasión hechas realidad en esos pasos de nuestras hermandades de la Semana Santa, que un año más han contribuido a dar al pueblo una muestra evangélica de algo tradicional para nuestras creencias religiosas.

La voz del capataz, emocionada, con la garganta apretada en la intensidad de la orden a dar, suena en la interioridad de los templos como un golpe de aviso que anuncia que ya terminó el trabajo hecho con amor y sacrificio bajo el peso de las trabajaderas.

Parece que ese ¡ahí quedó! más que una orden es el deseo que una bajada dulce hasta que los zancos queden en el suelo. Luego, el silencio, la meditación, la salida bajo los faldones que caen, los pasos lentos acompasados como si todavía las trabajaderas pesaran sobre los hombros, el sudor llena el rostro, la respiración se acorta y el sueño de todo un año por llevar a las sagradas imágenes permaneciera fuerte y arraigado en el corazón cofrade.

Pasó la semana esperada y ahora, con la calma de todo un año, a seguir pensando en la próxima salida procesional.

La lluvia, de nuevo, nos amenazó y en determinados momentos se mostró implacable con esas justas y devotas devociones de sacar a nuestros sagrados titulares a la calle. Curiosamente varias de las más esperadas hermandades que el público ansía con ver en la calle, se quedaron dentro de sus templos. La responsabilidad tomada por esas juntas de gobiernos, son comprendidas, y valoradas. La decisión para una cofradía de hacer estación de penitencias es importante, pero debe ser auténtica y razonada. No se debe, por unos lógicos sentimientos, exponer el patrimonio de la hermandad, que es cosa de todos, que ha tardado a veces siglos en mantenerlo y que es obligación de perpetuar para los que no siguen.

Este año nuestra Semana Santa ha estado llena de detalles, de hechos, de momentos, que en el silencio del cofrade hecho amor a su Cristo y a sus Vírgenes, quedaran guardados en lo más hondo de su espíritu.

Como hecho singular, ahí queda para la historia la salida del Cristo de la Vera Cruz, acompañado por los ya hermanos legionarios, que echó Huelva a la calle, en una asombrosa acogida a una imagen que nos recuerda la primitiva y más antigua en la tradición de estos días que ahora vuelve a nosotros como en una resurrección gloriosa de amor, de fe y de espíritu penitencial.

Ya solo queda el recuerdo de siete días vividos con emoción, devoción y fe. En las iglesias los pasos ya se desmontaron con toda la lentitud del cariño.

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