Agua

El problema más acuciante que tenemos no ha suscitado ni la más mínima mención durante nuestra histérica campaña electoral

Si me invitaran/ a crear una religión/ haría uso del agua”, dice un poema de Philip Larkin. Lo pensaba el otro día mientras miraba la lavadora en marcha. ¿Hasta cuándo podremos poner en marcha la lavadora como si fuera una rutina más del día? ¿Hasta cuándo podremos abrir el grifo con la confianza de que va a brotar el agua? En las polvorientas carreteras del Rajastán, en el interior desértico de la India, lo primero que se veía era una larga hilera de mujeres con cántaros en la cabeza que volvían de buscar agua en un manantial casi agotado. En Burundi las mujeres no llevaban cántaros, sino unos enormes cuencos de arcilla que llenaban de agua en los arroyos de agua amarillenta. Una vez llegué a ver una mujer que volvía a su poblado sosteniendo en la cabeza tres cuencos enormes repletos de agua. Esas mujeres sí que sabían lo difícil que era conseguir agua –agua a veces contaminada que provocaba frecuentes epidemias de cólera–, pero nosotros ya hemos olvidado por completo el milagro diario que supone disponer de un eficiente abastecimiento de agua. Hace tres años, un ingeniero me dijo que había reservas de agua para tres años. Han pasado esos tres años y me pregunto cuándo empezarán las restricciones al consumo. No parece que falte mucho.

El problema más acuciante que tenemos –un problema que puede poner patas arriba la economía de millones de personas, y más aún en Andalucía– no ha suscitado ni la más mínima mención durante nuestra histérica campaña electoral. Nadie ha hablado de una política de emergencia para paliar la sequía ni ha planteado medidas a largo plazo para remediar una situación que se está volviendo crónica. Se conoce que el antifascismo militante no puede perder el tiempo con estas fruslerías, del mismo modo que la derecha que pretendía derogar el sanchismo tampoco quiso aportar ni una miserable idea. España debe de ser el país de Europa –y quizá del mundo– donde la discusión pública dedica más tiempo a gigantescas bobadas sin importancia mientras que olvida de forma sistemática los temas trascendentales para la economía y para el bienestar de la población. Y vienen cuatro años más así, o sea que tendremos que acostumbrarnos.

Mientras tanto, convendrá seguir disfrutando del milagro cotidiano que nos permite poner en marcha la lavadora o abrir el grifo y contemplar el chorro radiante de agua.

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