Alas de mariposa

Abrazos

Me estremece pensar que por primera vez los niños de cuatro años dibujan el virus que mató a su abuelo

Desde que llegó el Covid, nuestras vidas han cambiado mucho. Me estremece pensar que, tal vez, a lo largo de la historia de la humanidad, es la primera vez que niños de cuatro años son capaces de dibujar el virus que mató a su abuelo, que hundió el negocio de sus padres, que los castigó sin ir al parque y sin verse las sonrisas. Niños que solo recuerdan un mundo lleno de mascarillas, de hidrogel y de colas del hambre. Educados esta vez en el no compartir ni sus juguetes ni sus meriendas, en no tocar, en no acercarse demasiado. Nada de amiguitos en los cumpleaños, que soplar las velas se ha convertido en deporte de riesgo y en una guarrería. Reducidos en sus 70m2 y en un núcleo familiar mínimo, los ciberpeques comienzan a tener poco o nulo interés por el exterior. El aislamiento como algo natural, porque tenían dos años cuando comenzó esta locura de pandemia y no recuerdan nada de un mundo más libre.

Nuestros niños, nuestros jóvenes, se están suicidando. Veo las estadísticas y se me erizan los pelillos del alma. Las muertes por suicidio triplican las muertes por Covid. Aquí hay más de una pandemia y lo estamos silenciando.

Los adultos, también hemos cambiado. La gente camina embozada, con la mirada triste.

Al final va a ser verdad que somos seres sociales por naturaleza, que necesitamos los abrazos para sobrevivir, que se nos está instalando dentro la pena como un inquilino indeseable. ¿Quién me devuelve los abrazos que no me dieron, esos abrazos de más de ocho segundos, que liberan oxitocina, serotonina y dopamina? ¿No fortalecían el sistema inmunitario? ¿No eran fuente de placer, nos hacían más humanos, nos subían la autoestima y comunicaban aquello donde el verbo no llega? ¿A quién daré esos abrazos largos y sin prisas, paraísos en donde me gustaba detenerme a sentir el latido de otra vida rozándome el pecho? ¿Qué hago con las caricias que me sobran? ¿Dónde fueron las caricias que eran para mí? Me reconozco falta de rostros completos y me asalta el temor de olvidar los rostros que amo y las sonrisas que iluminaban los días.

Me miro al espejo y también yo estoy más triste. Añoro la vida que teníamos y que posiblemente no valorábamos. Estamos arañando el tiempo como engrudo en blanco y negro, donde todas las flores son grises. "Esto pasará", me repito como un mantra. Pero que pase pronto, antes de que se nos olvide la importancia y la alegría de sentir piel con piel.

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