El campo se ensancha cuando la almendra vuela de unas manos a otras de esos tipos de camiseta blanca con una palmera en el pecho. Los acusan de poco disciplinados -y quizás lo sean-, de irregulares y caóticos, pero son el equipo que más me ha hecho disfrutar en la fase de grupos del mundial.

La selección de las Islas Fiyi es el último reducto del rugby del pacífico. Su juego es de verdad. Están cómodos en el descontrol, en el caos, en la velocidad excesiva. Cuando se rompe el partido -como le gusta decir a mi amiga Che- estos hombres del Pacífico emergen como dioses para poner en apuros a cualquier selección, vaya de rojo, de blanco, de negro, o de verde. Solo con un piloto experimentado a los mandos capaz de estabilizar el partido se puede encontrar la senda para derrotarlos, pero ahí está el disfrute. La belleza del descontrol y el caos en un deporte que los necesita, y la belleza del estajanovismo de una gran selección tratando de domar a una bestia salvaje. El vuelo de unos y el oficio de otros.

El partido de Fiyi contra Gales tuvo un realizador televisivo inteligente, que supo que parte de la narrativa del mismo estaba en los gestos del capitán de los dragones, Alun Wyn Jones, hablando con los suyos. Lo pudimos ver buscando estabilizar la nave, que el partido dejase de dar latigazos para imponer el orden establecido en el planeta oval. Les costó, pero los de Gatland acabaron por inmovilizar a los oceánicos.

Mientras tanto, desde nuestros sofás, aquellos a los que nos gusta el rugby nos relamíamos con cada jugada de la línea de Fiyi, y con las fases de conquista de los galeses.

Tempo, ritmo, síncope, placar, apoyar y pescar. Los apoyos, a veces llegaban y a veces no, los pases adelantados se multiplicaron, pero daba igual, la almendra volaba como hacía mucho que no veíamos. Una pena que Fiyi se quede en la fase de grupos, en un partido de eliminatoria serían de psiquiátrico.

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