Juro por Dios que hubiera querido equivocarme. Me preguntaba aquí, hace un tiempo, que si merecía la pena vivir arrodillado por un pedazo de pan sin condimento alguno. Pasado el tiempo se confirma todo. Un club del señorío del San Roque de Lepe, que ya ha sobrepasado los sesenta años de vida, ha explosionado y roto costuras del tiempo y su historia. Se veía venir. Y ha ocurrido en el peor momento posible, porque el fútbol no entiende de momentos. Entiende de proyectos, de sentido común, de obras consecuentes. De seriedad. Cercano a los puestos de descenso, en la jornada del martes y después del último batacazo en Espiel, con derrota ante el penúltimo, ha ardido Troya. Jesús Lino presentó la dimisión, Adrián Gaitán está fuera del club, la gente pone el grito en el cielo y lo malo de todo esto es que la situación de llevará por delante a inocentes.

El grupo de Antonio Gaitán, padre de las criaturas (hijo y nieto), ha estado tres años a los mandos del San Roque, siempre en Tercera, sin conseguir los objetivos que se marcó a pesar de costarle la fiesta más de 300.000 euros. Esto es como el fútbol puro y duro. Si eres resultadista y no alcanzas resultados y no tienes fútbol, cuando no ganas no te queda nada detrás a lo que agarrarte. La deuda se ha reducido en torno a 200.000 euros, por lo que restan aún unos 500.000. Pero el problema ya no es ese sólo. El problema es que el vestuario es un polvorín y que no se adivina el horizonte.

Ahora mismo, a pesar de la situación, el San Roque baraja tres proyectos de cara a lo inmediato. Pero la condición es no perder la categoría. Y por eso, el club opta por Cheli, un hombre de la casa que tiene marcado carácter conciliador. Es el momento de que el San Roque muestre su cara institucional, que salvaguarde sus intereses, los que describe su historia. Es momento de la gente a los que les importa el escudo. El resto que salgan por la puerta y no miren atrás. Hubiera querido equivocarme porque uno lleva sangre aurinegra en las venas. Por eso principalmente. Pero la realidad es aplastante. Porque no se puede vivir arrodillado por un pedazo de pan sin condimento alguno.

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